65. Volar

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«Moverse por el aire usando alas o un medio artificial.»

Aitana

Hoy era el gran día. Hoy era la exposición de la nueva colección del taller.

Podría decir que fue la alarma quién me había despertado, o el llanto de Eli dando por empezado un nuevo día, pero no era cierto. No había pegado ojo en toda la noche esperando impaciente a que el reloj marcase que ya podía levantarme de la cama y dejar de dar vueltas enredándome en las sábanas.

Aproveché el silencio de la casa para ducharme y disfrutar de unos minutos de paz bajo el agua. Hacía tiempo que no me dedicaba un rato para mí, aunque hoy no era el día para ir justa de hora. Me maquillé y me vestí, no demasiado extravagante, tampoco demasiado casual. Después de no sé cuanto tiempo, pero seguro que demasiado, en frente del armario acabé optando por un conjunto sencillo de top y falda con una abertura en la pierna de color blanco.

Cuando llegué al salón Luis cerraba el sofá que se que convertía cada noche en su cama mientras atendía una llamada entre susurros. Vestía una camisa de un azul casi blanquecino pero que le quedaba de muerte. Deseé no verle demasiado tiempo porque, sinceramente, me preocupaba el hecho de tener que cambiarme de ropa otra vez.

Le sonreí y me serví una taza de café. Cuando terminó de hablar se acercó hasta la cocina para desayunar, supongo que juntos. Tenía tostándose unas tostadas y añadí dos más después de preguntarle si él también quería. Cuando las preparamos, nos sentamos a devorarlas sumergidos en una especie de silencio y miradas.

Estaba tan guapo. Sus ojos clavados en mí como si quisiese aprenderme de memoria en solo unos segundos, esa camisa que yo deseaba quitarle, como los pantalones vaqueros que se había puesto y que por muy que le quedasen me tentaban. Todo él me tentaba. Y ya se sabe, que si la cuerda se estira demasiado puede romperse...

Casi cuando ya estaba acercándome a su habitación, Eli se despertó. Me echó un par de sonrisitas y se abrazó a mí intentando volver a conciliar el sueño. Luis le dio el biberón mientras yo me terminaba de arreglar y coger lo que necesitamos.

— Creo que ese conjunto tan blanco con Eli tiene mucho peligro — dijo mirándonos a ambas.

Yo reí, la verdad que no le faltaba razón. La pusimos una camiseta de manga larga amarilla con una falda y tirantes negra que tenía dibujado unos girasoles. Y después de unos pucheritos conseguí que Luis cediese a ponerle una diadema con un lazo que iban con el mismo estampado que la falda. Sabía de sobra que, en ella, con lo inquieta que es, no dudaría ni media hora, pero iba demasiado guapa.

Le saqué una foto que se acabó convirtiendo en mi fondo de pantalla y nos dirigimos a la puerta dispuestos a llegar al local donde celebrábamos la exposición. Hasta minutos antes de abrir las puertas y que la gente que esperaba fuera entrase, no me coloqué los zapatos de tacón y estuve descalza disfrutando de la calefacción del suelo que tenía aquel lugar.

Sus paredes eran blancas, pero lo habíamos llenado de muros pintados para decorar las estancias que habíamos creado. Todo estaba perfectamente colocado formando una sintonía entre ellas. al final de los pasillos habíamos dejado una pequeña sala vacía con cuadros dedicados a la música donde salía un pequeño círculo elevado. El escenario de Luis.

No podía dejar de morderme las uñas de lo nerviosa que estaba y Ana me regañó un par de veces porque me iba a estropear la manicura que me había hecho la tarde anterior. Escuché pasos y susurros acercándose y, creyendo que era la gente que había entrado sin haber empezado la exposición, tomé camino hacia la puerta para avisarles de que no podían estar aquí y que todavía tendrían que esperar unos quince minutos. Pero no eran ellos.

Tus acordes en mi guitarraWhere stories live. Discover now