25. Caos

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«Desorden o confusión absolutos.»

Aitana

Las semanas siguientes de la vuelta de Suiza se podrían definir completamente como caos.

Los temas de la universidad avanzaban a pasos agigantados y yo no conseguía centrarme lo suficiente como para sacar una nota decente en el examen que tenía el viernes. Por suerte, a los cinco minutos de abandonar la misión de estudiar, Ann, siendo mi hada madrina, apareció en la puerta de mi casa con dos cafés de Starbucks.

Se sentó en el sofá, deshaciéndose de su bolso-mochila que llevaba a la universidad y donde guardaba los apuntes de todas las clases a las que yo había faltado. Fue paso por paso, contándome cada detalle acerca del temario, explicando en que consistían los próximos proyectos y todo esto con una paciencia sobrenatural pues hasta yo misma me estaba empezando a desesperar al ver que nada de toda la información que tenía ante mí estaba retenida en mi cabeza.

Se levantó de repente, mientras yo intentaba memorizar ese último párrafo donde hablaba de los tipos de tela más económicos. Oí su voz hablando con alguien por teléfono, no tenía ni idea de lo que estaba planeando y eso en parte eso me daba miedo. Sonrió con su cara de haber organizado una buena, era Ann, tampoco me sorprendía.

Apartó todos los cuadernos a la mesa de comedor que tenía y que, por cierto, tenía que ordenar. Se dirigió a la cocina, como si esa también fuese su casa y, sabiendo donde guardaba todas las guarrerías, se acercó a uno de los armarios. El de las palomitas.

El sonido de la segunda tanda de los granos de maíz explotados, pero esta vez de dulces, se sincronizó con el del timbre, sobresaltándome pues mis sentidos estaban cayendo a Morfeo mientras mi amiga preparaba todo.

Ana fue la primera cara de vi nada más abrir la puerta, ella y su sonrisa. Ella y su magia. Miriam y sus pelos de leona aparecieron por detrás, al lado de Amaia que mostraba feliz una botella de vino. Mi preferido, casualmente.

Echaba de menos esas tardes, las de todas juntas, contándonos todas las anécdotas y cotilleos que nos habían pasado. Ann era la última que se había incorporado al grupo, pero no por ello tenía menos confianza, de hecho, incluso a veces se soltaba más que nosotras cuando se trataba de seguir las locuras de Amaia.

Bueno que, ¿en cuántos lugares de Suiza lo habéis hecho Luis y tú ya? —preguntó Amaia haciendo que los colores se me subieran rápidamente a mi cara. Quise matarla, y rematarla, pero ella era así, sencilla, y la quería demasiado. Al fin y al cabo, siempre había sido mi mayor apoyo—

Oye, que yo sé que Amaia es muy morbosa y no te digo que no pique la intriga. Pero un poco de por favor que es mi hermano —dijo Miriam riéndose mientras se agarraba a uno de los cojines que había expandidos por el sofá—.

Las agujas dieron más de media vuelta al reloj antes de lo que me hubiese gustado y en cuestión de dos parpadeos Ann y Miriam salían por la puerta de mi casa, la primera para cuidar a una de sus hermanas que estaba mala y la última para descansar pues al día siguiente trabajaba.

Ana se tomaba la última copa de vino y Amaia volvía del baño celebrando que le había bajado la regla y que podía respirar tranquila. Aunque, por suerte o por desgracia pude ver como su rostro cambiaba ante la broma que gastaría cualquier amiga y que esta vez hizo Ana, quedándome yo al margen pues sabía que estas habían dejado de ser las más apropiadas.

— Menos mal Amaia, por un momento pensé que me ibas a hacer tía.

Su cara se había tornado muy seria, con los ojos llenos de lágrimas, sin poder evitar que su barbilla empezase a temblar. La sentamos en el sofá rápido, pensando que se iba desmayar. Fue ahí cuando, sin poder evitarlo, toda la verdad salió a la luz.

*****

Me había pasado todo el fin de semana sumergida en un sinfín de papeles de adopción en los que por momentos juraba que me iba a hundir. Amaia intentaba contactar con Noelia, la tutora de Emma, pero nunca había respuesta al otro lado de la línea. Nuestras esperanzas empezaban a desvanecerse por segundos y no encontrábamos nada a lo que aferrarnos, simplemente queríamos alguna señal, aunque fuese un clavo ardiendo que nos dejara herida, nosotras íbamos a agarrarnos a él hasta que no pudiésemos más.

Dejé las dos tazas de chocolate caliente con cuidado en la mesa de café asegurándome de que no se cayera nada a los pocos papeles de información que teníamos. Amaia se recostó en el sofá, pasó su mano por la frente quitándose los cuatro pelos de su flequillo y resopló como si recolocarse hubiese sido quitarse una mochila de su espalda.

Abril empezaba a pesar y con él un calor primaveral que hacía que no supieses que ropa ponerte pues por la mañana tenías que vestir como una cebolla y a medida que pasaban las horas ir quitándote capas.

Y como resultado del cambio de temperaturas, me hallaba con una camiseta de Luis, la lila, mi favorita, que de vez en cuando se volvía rebelde y dejaba que se viese mi entrepierna, cubierta por un culot negro que empezaba a quedarse minúsculo en mi cuerpo.

Me acomodé al lado de mi amiga, soplando el chocolate para no quemarme, aunque no funcionó pues al primer sorbo mi lengua ya se había quemado un par de veces, igual que Amaia, que sacaba la suya abanicándola como si así se fuese a pasar. Esto provocó unas cuantas risas que hizo que lo que quedaba de noche, al mirarnos, tuviésemos que apretar los labios para no soltar las carcajadas que luchaban por escapar de nosotras.

Amaia, que para mí siempre había sido si salvación, el hombro en el que llorar cuando todo me arrastraba. Desde que la conozco nunca había perdido esa frescura que la caracterizaba, esa capacidad de hacer colores la vida cuando yo solo era capaz de ver negros. Sin embargo, desde hacía unos meses ya no existía ese brillo de felicidad, esa manera de tocar el piano sin derrumbarse, aunque ella siempre dijese que de vez en cuando era necesario para poder reconstruirnos y seguir. Ahora se limitaba a por vagar por las calles, las casas y las vidas de las personas, esperando no dejar huella y que así, cuando la viesen caminar, nadie le preguntase que la pasaba, pues ni ella misma lo sabía.

Apagó el ordenador con un sutil movimiento dedos, cogiendo de vuelta al sofá un cuaderno, víctima de mis arrebatos de inspiración, y robado un carboncillo. Movió su mano de forma lenta, marcando cada trazo que estaba haciendo, dejando parte de ella ahí. Cuando terminó, sin prisa, lo acercó a mí, reposándolo en mi rodilla izquierda, la que chocaba con la suya al estar sentadas en indio.

Bajé la vista en un pestañeo rápido, sonriendo al instante al ver lo que había dejado en aquella hoja de papel reciclado.

«T'estimo molt, molt meva nena»

Levanté la vista y ahí estaba ella y su sonrisa.

— Jo també t'estimo molt, molt.

Y es que, en medio de un caos como era el de nuestras vidas, al mirarla podía encontrar la calma que necesitaba justo en el momento indicado. 

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Me paso por aquí súper rápido para daros las gracias por seguir ahí un capítulo más, y en concreto a Ann y Mari, que sin ellas este capítulo no tendría sentido.

Dicho esto, me voy, que paséis un maravilloso inicio de semana!!!

TW: @orejasdelana
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