33. Respuestas

765 43 84
                                    

«Serie de palabras orales o escritas con que se responde.»

Cepeda

Llevaba tres semanas ignorando a Aitana. Bueno, quien dice ignorar, dice sin poder mantenerle la mirada.

La había esquivado cada viernes cuando, como siempre, ella venía a la tienda a ayudar. De una forma u otra conseguía irme cinco minutos después de que ella llegase o, si no era el caso, permanecía en el despacho resolviendo papeleos.

Durante la primera semana intenté contactar con ella, pero me rendí en el intento cuando supe que yo le había dejado de importar. Esperaba al menos, para mantener la poca confianza que me quedaba con ella, que si ese embarazo era real me avisase. Pero yo ya dudaba de todo.

Caminé los mismos pasos que todos los días, era una ruta que me sabía de memoria. Me fumé el cigarro diario y añadí dos más, prometiendo que solo sería hoy, sabiendo de sobra que no lo iba a cumplir y que me iba a ganar una buena bronca como alguno de mis amigos se enterase.

Saludé a Ana con un beso en la mejilla, tenía unas ojeras que la delataban y me sentí culpable porque sabía que el motivo no era otro que cuidar de Aitana y vigilar que no pudiese hacer nada grave.

Me limité a tener la mejor sonrisa para los clientes, aunque ni siquiera la tuviese para mí. A penas quedaban cinco minutos para la hora del viernes a la que le temía. Me dirigí con paso rápido hacia la sala privada donde tenía mis pertenencias, allí encontré a Ana fumándose un cigarro, sacando el humo por la ventana, sin darse cuenta de mi presencia.

Pensé que lo habías dejado —interrumpo su tranquilidad dándola un pequeño susto—.

Yo también pensaba muchas cosas hasta hace unas semanas. Supongo que las cosas cambian, Ceps.

Debe ser. Cojo mis cosas y me voy, es casi la hora.

¿Son ya las 17:23? Madre mía, hoy con tanta gente se me ha pasado volando. Aiti no viene, se encuentra mal. Puedes quedarte si necesitas paga extra.

No. He quedado. ¿Hablamos más tarde? -pronuncié justo antes de dejar un beso en su mejilla como despedida y salir por la puerta de la tienda-

Salí de la tienda caminando por debajo de los balcones intentando huir de la lluvia. Quien lo iba a decir, yo, que hace unas semanas bailaba bajo ella siendo el más feliz del mundo.

Llegué a casa un poco más tarde de lo previsto, pero aún me sobraba tiempo para ducharme antes de pasar a recoger a Jimena. Me puse una camisa estampada, de esas que siempre le decía a Roi que odiaba. Intenté recolocarme un poco el pelo y que estuviese medio decente, pero no pudo ser.

Al roce de las nueve estaba en frente del portal de Jimena, que lucía un precioso conjunto de chupa, top y pantalón vaquero. Sus labios se aproximaron demasiado a los míos, incluso hasta podría jurar que pude sentir su piel aterciopelaba en la mía reseca por negarme a echarme cacao.

Fuimos a un restaurante italiano que eligió ella, defendiendo que tenía un paladar maravilloso capaz de saber diferenciar los mejores lugares para la comida gourmet. Le cedí el paso al entrar y también le saqué la silla.

La cena no fue mal, teniendo en cuenta que no era que esperaba. Quiero decir, Jimena era maravillosa en muchos sentidos, pero cada vez que levantaba la cabeza del plato esperaba ver a Aitana con su flequillo bien peinado y su sonrisa brillante probando la mía.

La culpa me reconcomía y decidí llevarla a un lugar donde yo sí estaría cómodo, y que esperaba que ella se sintiera igual. Conduje hasta el karaoke que me vio enamorarme locamente y que me había dado muchas cosas buenas. Sin embargo, volví a arrancar el coche hasta llegar a otro distinto.

Tus acordes en mi guitarraWhere stories live. Discover now