49. Eterno

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«Que durará siempre.»

Aitana

No sabía que pintaba ahí Miguel, me había perdido en una situación que quería disfrutar al máximo y, sin embargo, tenía todo el cuerpo tensado y la sensación de nadad a contracorriente en un mar que solo pretendía ahogarme.

¿Qué haces aquí, Miguel?

Quiero estar en el nacimiento del que puede ser mi sobrino.

Intenté sonreír y que pareciese lo más real posible, sin embargo, alguien que me conociese bien sabría que estaba fingiendo y que ese gesto era como una mentira piadosa que soltamos cuando no queremos decir la verdad porque pensamos que no es tan grave como para desvelarla.

Dejó un suave beso en mi mejilla y caminamos hasta Roi y Luis, que miraban obnubilados a la cristalera, suponiendo que no sería por otro motivo que el que Pablo ya estaba con nosotros, era tía por segunda vez y mi pequeña, o ya no tan pequeña, Oli era hermana mayor.

A Roi le permitieron entrar hasta la incubadora, pero Luis decidió quedarse fuera, sacando fotos para pasarlas por de grupo gigante de familia en el que ya podrían presumir de tener un nuevo miembro.

Me coloqué a su lado, al otro lado mi hombro estaba Miguel y la verdad es que la situación no podía ser más rara e inusual. Tenía claro que con ambos necesitaba una larga y tendida conversación si quería empezar, o continuar depende de cómo se vea, una historia sin antes haber terminado con otra.

Bueno parejita —dijo Luis con su típica ironía. En ese momento supe que se estaba conteniendo una carcajada gigante, y si no fuera porque era la protagonista de aquella incómoda situación, haría lo que fuera por escuchar su risa—, me voy a ver a mi hermana. Cuidar de mi sobrino.

Miguel le dio una palmadita en el hombro y por su cara supe que se había reducido mucho, mucho la fuerza con la que darle. Evidentemente, no estábamos ahí para pelear, cielo santo no era momento de crear una escenita cuando nuestro sobrino acababa de nacer, la que considero mi hermana estaba en cuidados intensivos y mi otra hermana había desaparecido.

Mi atención se centró en esa pequeña criatura con la que iba a pasar muchísimos momentos emocionantes. Roi me indicó con su mano que pasase y a mí no me pudo hacer más ilusión esa invitación.

Las enfermeras me indicaron que me lavase las manos por precaución a no contagiar y yo sin rechistar, acepté. Un poco de sentido común era lo único que hacía falta.

Pasé y divisé a Roi en una de las primeras cunas que había en esa sala, tenía una de sus manos metida en unos de los agujeros de la incubadora desfrutando del tacto de su pequeño. Le abracé por detrás antes de apoyar las mías en ese cristal que nos separaba de la nueva criatura que había llegado al mundo.

Roi me dejó sola a los minutos, me avisó de que iría a ver a su novia, aunque no teníamos la certeza de que pudiese compartir espacio con nosotros, y también que avisaría a Luis para que pudiese conocer a su sobrino.

Había un sabor agridulce, todavía no podían hacer piel con piel con el pequeño porque los enfermeros tenían que asegurarse de que todo estaba estable, sin embargo, todo había salido bien, no era el parto que ninguno esperaba, pero estaban los dos vivos, y eso era mucho más de lo que podíamos haber pedido hace apenas unas horas.

Aun me quedaba ese miedo por Ana, nadie tenía noticias de ella, nadie sabía de su estado, de su situación, puede que nos hubiese dejado sin que la vida nos permitiese abrazarla por última vez o puede que estuviese en la calle, en el hospital o saber dónde esperando a que la encontrásemos y la salvásemos de una despedida interminable.

Tus acordes en mi guitarraDove le storie prendono vita. Scoprilo ora