37. Despedidas

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«Acción de despedir a alguien o de despedirse de él.»


Cepeda

Había llegado el día.

Me mudaba a otro país.

Sin nadie.

Allá vamos.

Al roce de las seis de la mañana el despertador sonó sacándome a tirones de los brazos de Morfeo. Mi hermana salía también de su habitación, delante de Roi que iba más dormido que despierto.

Desayunamos los tres en absoluto silencio, Miriam, desde ayer a la noche cuando volvimos de la fiesta sorpresa que me habían organizado, cada vez que hablaba le daba el bajón por pensar que me iba y yo no me podía ver a mi hermana así. Roi la había intentado consolar, pero sabía de sobra que no lo había conseguido porque sus llantos atravesaban las paredes de mi cuarto partiéndome en dos. O en mil.

El camino hasta el aeropuerto fue bastante parecido, recogimos a Ana en su casa después de que ayer nos hiciese jurar y perjurar que podría acompañarnos para despedirse de mí.

Nunca me habían gustado as despedidas, quizá porque algunas las hice obligadas, como la muerte de mi abuela. Desde siempre creí que no faltaba tiempo para volver a donde siempre perteneciste, que hogar siempre sería una o varias personas que estarían esperando tu abrazo cuando las avisases de que volvías a casa.

La megafonía no hace más que nombrar vuelos que llevarían personas a diferentes destinos, pero todavía no a mí. No al mío. Arrastré la maleta con las pocas ganas que tenía, pero ya no había marcha atrás y, aunque ahora no estuviese muy seguro, aquel cambio de vida me podía venir bien.

Nos sentamos en unos de los bancos que tenía el aeropuerto a la entrada porque con el nerviosismo de Miriam habíamos llegado antes de la hora indicada y yo me negaba a estar más tiempo del debido solo dentro de la zona de aviones.

Ana se apoyó en mi hombro y yo mi cabeza sobre ella. Roi se sentó a mi lado observando como su novia no dejaba de moverse de un lado para otro, presa de un nerviosismo que no debería ni de existir.

Miri, que el que va a coger un vuelo y se va a otro país soy yo, no tienes porqué estar nerviosa.

Sus ojos me recorrieron de arriba abajo y casi parecía que me acababa de perdonar la vida con su mirada. Miró el reloj de nuevo, lo tocó varias veces con su dedo y sacó el móvil. Yo no sé qué pasaba, pero cada vez estaba más segura de que tramaba algo.

Decidí descansar un rato, tenía de margen media vuelta del reloj y sus agujas todavía ni traspasaban las primeras líneas. Es cierto que me había costado dormir más de lo normal, probablemente fueron los nervios quienes me hicieron bailar en las sábanas más de una hora. Y de dos, y tres.

Ana se levantó de repente, tocando mi brazo, despertándome a mí, y por lo tanto a Roi, que también se había acostado en mi hombro provocando que cierta ternura por ver a mi mejor amigo así apareciese en mi cuerpo.

Aitana.

No podía dejar que te fueras sin despedirme de ti en condiciones. Ayer no estaba yo en mis cabales y... bueno, pues eso, quería hacerlo bien.

Yo sonreí, esta mujer me iba a volver loco de remate si no lo había hecho ya. De amor. Un loco enamorado era en lo que me había convertido mucho antes de lo que ella pensaba. Dejé que se enredara en mi cuerpo, siendo yo el primero que disfrutaba de esto. Besé varias veces su pelo, que olía a su champú de vainilla, mi favorito. Me agarró más fuerte y yo la levanté, haciendo que se enganchase a mis caderas como si fuera un koala. Su débil llanto empezó a ser más patente cada vez y mi camiseta se mojaba con cada lágrima suya, pero es que me daba absolutamente igual. Separé su caa que se escondía en mi cuello y le sequé las lagrimas que se habían quedado en su mejilla. Sonreí, porque ante ella no tenía otra cosa que hacer, ella siempre me iba a hacer feliz.

Tus acordes en mi guitarraWhere stories live. Discover now