28. Nosotros

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«Forma del pronombre personal de primera persona del plural.»

Cepeda

A veces necesitamos aire que respirar, y aunque esté siempre a nuestro alrededor muchas veces sentimos que nos falta.

Puede que sea culpa de esa presión en el pecho que te bloquea, sobre todo cuando la Luna llega a lo más alto del cielo dedicando su luz a todo aquel que quiera apreciarla y admirarla, y tu mente va a mil por hora.

Eso era justo lo que yo estaba haciendo perdido en medio de mi bosque favorito de Galicia, intentar coger todo el aire posible mientras pensaba en la vida, en lo rápido que pasa el tiempo y como en un solo segundo toda tu vida podía cambiar con un giro de 180º.

No había avisado a nadie de que ya no estaba en suelo suizo, sino que me estaba perdiendo en el único lugar al que podía considerar mi hogar, aunque luego hubiese portales que me hacían sentir que estaba aquí, como Aitana.

Mis rodillas flexionadas aguantaban el peso de mis brazos que se unían. Hacía rato que había dejado de mirar como los árboles se movían al compás del viento, ahora mi vista simplemente estaba fija en una de esas montañas llenas de zarzas mientras mi mente se perdía por viejos recuerdos que conservaba.

Sentí como mi bolsillo el pantalón empezó a vibrar, avisándome de una llamada que me obligaba a pausar por un tiempo desconocido mi momento de paz. Al principio oí solo una respiración, pausada, haciéndose esperar. De repente, escuché la voz de mi hermana al otro lado de la línea, con mucho ruido de fondo.

Intenté hablar con ella lo más posible, es cierto que me reconcomía el hecho de no haber avisado a nadie más que a mis padres de que había llegado a España y que estaba sano y salvo. No caí en lo preocupadas que podían estar mi hermana y mi novia, y la culpa cada vez me pasaba más.

Me disculpé unas cuantas veces y la prometí que al día siguiente estaría en la misma ciudad que ella, aliviando así sus preocupaciones.

La pedí que me pasase a Aitana, quería hablar con ella y aclararla que todo estaba bien, simplemente necesitaba una pequeña pausa. Poco me dijo, se limitaba a contestar con monosílabos que cada vez me ponían más nervioso y que daban la sensación de que todo se estaba congelando a la velocidad de la luz. La misma que ella le daba a mi vida.

A pesar de llevar poco más de dos días en Galicia pues realmente había llegado la noche del sábado y me había presentado en casa de mis padres por sorpresa, me había informado desde suelo suizo de la enfermedad que parecían haber empezado a contagiarse unos cuantos españoles y que cada vez creaba más alarma.

Marché de nuevo a la casa de mi infancia, para descansar y así estar repuesto para el día siguiente. Sin embargo, necesitaba ir cerrando algunas dudas que me habían ido surgiendo a lo largo del día.

Primero me dispuse a buscar unos cuadernos que desde hace años daba por perdidos. Mis primeros libretos de composición. Tuve que hacer memoria, por suerte, no me costó tanto como pensaba, solo retroceder a mi adolescencia y a ese Luis que escondía lo que a día de hoy seguía siendo su más preciado tesoro al fondo de un cajón completamente desordenado pero que tenía un compartimento donde guardaba lo mejor de mí.

Los guardé en mi maleta con todo el cuidado posible, junto con los otros tres que gasto desde que hay musa que alumbra mis días y que, sin duda, ahora era la brújula de mi vida.

Cené lo más rápido posible, apenas me esmeré en hacerme algo muy elaborado, más bien al contrario, una sencilla tortilla francesa de la que nunca investigué si ese era realmente su origen y troceé un tomate del que sí sabía de donde venía, del huerto de mi padre, un tomate bien madurito. Como yo.

Tus acordes en mi guitarraOù les histoires vivent. Découvrez maintenant