63. Acogida

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«Recibimiento que se ofrece a una persona cuando llega a un lugar./Protección y cuidado que ofrece una persona a quien necesita ayuda o refugio.»

Aitana

Las dos semanas siguientes fueron un caos. Un auténtico y completo caos.

Luis y yo decidimos luchar por Eliette porque, aunque no fuese algo que esperábamos tener, empezando porque lo de Teo estaba demasiado reciente y ni siquiera estábamos juntos, esos ojos que tiraban a verdosos querían contarnos algo, y yo solo quería escucharlo.

Nuestros abogados nos dijeron que no sería una tarea fácil conseguirla, las probabilidades eran mínimas y casi no había esperanza. Que nos pusiéramos en lo peor, vaya.

Yo andaba enfrascada en todos los trámites de la exposición que quedaban por cerrar y los nervios me podían al pensar que solo quedaba una semana. Una semana.

Luis pasaba menos por el taller intentando buscar unas soluciones. Durante los primeros días encontramos algo que nos podía ayudar a conseguir a Eliette. Acogerla durante los trámites de adopción.

A la asistente social no creyó ser mala idea después de varias insistencias por nuestra parte. Firmamos documentos por doquier y hoy iríamos a recogerla. Pero seguíamos sin poder conseguirla por culpa de una cosa.

No estábamos casados. Tampoco entraba en nuestros planes estarlo.

Nos informamos, preguntamos hasta más no poder y seguimos investigando una forma en la que ambos pudiésemos ser sus padres sin casarnos. Cada uno nuestra vida, aunque fuésemos amigos.

Sin embargo, si ambos queríamos tenerla, eso no era un requisito cuestionable. Matrimonio sí, o sí. Nos asustamos, nos plateamos dar un paso atrás. No era justo.

Ana y yo tuvimos varias conversaciones intensas, ella siempre sabía que hacer, al igual que Miriam, que me aconsejaba si es que al final decía convertirme en la madre adoptiva de Eliette.

Ann y Amaia nos hacían llamadas cada dos días procurando estar al tanto de cómo iba evolucionando el proceso. Vendrían la semana que viene para la exposición y yo me moría de ganas de abrazarlas.

Ambos llegamos a la conclusión de que solo sería una etiqueta que ponernos, aunque no nos gustase. Él, por un lado, yo, por el mío, asegurándonos de darle a Eliette la mejor vida posible.

Hoy por la tarde nos acercaríamos a los servicios sociales a recogerla. Me moría de nervios. No tenía ni idea de nada. Con Teo no pude aprender. La vida no me dejó.

Miré a Jimena a los ojos sonrientes que tenía y los míos dejaron de estar tristes al verla así de feliz. Lo cierto es que ella llevaba unos meses más contenta de lo normal, asegurándome de que cuando estuviese segura me lo iba a contar, yo no la presionaba, pero me alegraba de su felicidad. Se lo merecía mucho.

Volví a centrarme en el ahora, aunque no podía conseguirlo completamente. Ya todo estaba hecho, y los muebles iban llegando para colocarlo en el local que ya teníamos alquilado. Mañana me desplazaría hasta allí para ir preparando todos los preparativos.

La mañana pasó como si fuese una eternidad. Los pestañeos pesaban y el reloj parecía no girar. No marcar las horas.

Cuando las cinco llegaron, por fin, sonó la puerta abriéndose. Desde mi despacho no podía ver quién entraba o salía, pero esa forma de dejar que la puerta cayese era de una persona en concreto y esa era Luis.

Me monté en su coche mientras en mi cabeza me aseguraba de llevar todo lo necesario. El día anterior ambos lo dedicamos a montar la sillita del coche. Sí, solo eso. Y hubiésemos seguido hoy si no fuese porque, ya desesperados, llamamos a Roi para que nos ayudase. Al final, Miriam fue quién nos salvó la vida porque su marido, también incapaz, estaba leyendo el manual al revés.

Tus acordes en mi guitarraDove le storie prendono vita. Scoprilo ora