47. Incertidumbre

937 50 46
                                    


«Falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando crea»


Aitana

Poco me importó que algún vecino se desvelase al escucharme gritar el nombre de Luis cuando nos enredamos entre mis sábanas. Además, nadie podrá acusarme nada porque nunca me habrán oído decir el de Miguel, siendo sinceros.

Sabía que eso no era lo correcto, nunca me habían gustado los cuernos, de hecho, los repelía. Pero tener a Luis en frente mía me había descolocado y había sacado una parte un tanto salvaje de mí.

Había ganas. Muchas ganas. Cielo santo, lo había echado demasiado de menos. Caímos en las tentaciones de Morfeo después de saldar nuestras deudas, rodeados por los brazos del otro, escuchando el latido de su corazón.

Cuando desperté Luis no me acompañaba en aquella cama y la decepción se apoderó de mí. Había sido una ilusa creyendo que aguantaría hasta por la mañana, que me despertaría con besos como lo hacía antes y que él se convertiría en mi desayuno.

Tenía guardado en uno de mis cajones la camiseta lila de Luis, hacía mucho tiempo que no me la ponía, pero, aquí estaba de nuevo, vistiendo mi cuerpo como única prenda.

Caminé por el suelo de madera que de vez en cuando crujía, desde el pasillo se podía notar el olor a café, ese tanto me gustaba, al contrario que el sabor, que, a pesar de ser lo único que me mantenía despierta, no era completamente de mi agrado.

En la encimera había dos tazas, una con un colacao y otra con café humeante y que en la parte de arriba tenía dibujado un corazón. Encontré enganchado a esta última taza un post-it que decía "estoy esperando a que me robes el primer sorbo de mi café para poder darte los buenos días en condiciones. Luis".

Yo sonreí como una idiota mirando a todas las esquinas de la cocina y las que se veían del salón intentando encontrarle. Sorbí el café sin antes soplar y chasqué la lengua cuando me la quemé por impaciente. No pasó ni medio segundo para que Luis ya estuviese con sus manos abrazándome por la espalda y dejando un beso en mi cuello.

Buenos días, ratona.

Giré mi cuerpo quedando mi espalda clavada en el borde la encimera. No alargué más la espera y enredé su lengua con la mía, que se daban los buenos días más felices desde hace mucho tiempo. Luis me subió a la encimera con cuidado de no tirar las tazas, mis dedos paseaban a sus anchas por los estrechos rizos de sus nuca mientras su cadera se aprisionó en el vacío legal que su camiseta enredada en mi tripa creaba dejando a la vista mis braguitas.

Por suerte o por desgracia, paramos el juego a tiempo, antes de que fuese irreversible. No teníamos tiempo para más asaltos, por mucho que nosotros quisiésemos. No obstante, y para compensar, desayuné en sus piernas mientras reíamos por nuestras caras de dormidos.

Me di una ducha rápida para que pudiese peinarme y maquillarme sin presiones. Luis se vistió con la misma ropa de ayer, intenté convencerle de que me dejase su camiseta para dormir, pero, en el caso de que eso ocurriese, tendría que salir a la calle sin ella y sin nada por arriba así que mis pucheros no funcionaron.

No quería salir de mi casa, pero tampoco quería que él lo hiciera. Sabía que en mismo momento en el que cruzásemos ese portal esto no podría volver a pasar y se quedaría como un recuerdo. Uno de los mejores.

Bajamos las escaleras agarrados de la mano, saboreando los últimos instantes de esta burbuja que estaba a punto de explotar. Le miré y sonrió. Eso me bastaba.

Tus acordes en mi guitarraOnde histórias criam vida. Descubra agora