55. Galicia

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«La terriña»

Aitana

Puede que hubiese llegado al aeropuerto de forma improvisada e involuntaria pero ahora estaba ahí, enredada con los brazos de Luis sin poder dejar de llorar.

Poco recuerdo que lo que pasó después de la pelea, simplemente los recuerdos que me esfuerzo por traer a la mente son borrosos y no aclaran nada por eso que cunado Luis me pregunta preocupado qué ha pasado yo no sé qué demonios responder.

En un impulso de valentía le cuento que quedé con Miguel para poder poner fin a nuestra relación. Noto como su cara de sorpresa cada vez se hace más patente a la vez que sus manos se toman la libertad sin pegas por mi parte de acariciar mi espalda dejando pequeñas cosquillas.

Tenía que contarle la verdad, pero no sabía como hacerlo. No dudaba en que Miguel iba a cumplir con su palabra contándole a la prensa que su novia, embarazada de otro hombre, había perdido un hijo y él fue quién me abrazó cuando todo se derrumbaba. Porque, por muy loco y lejano que lo vea, Miguel en algún momento fue cobijo, pero nunca hogar, porque eso siempre fue Luis.

Intenté memorizar las próximas galas y eventos que tenía con la prensa para ponerme un plazo en el que hablar con Luis. El más cercano era dentro de dos semanas y yo pedí un voto de confianza hacia él deseando que no fuese tan maldecido como para llamar a un periodista hoy mismo.

Luis me llevó a casa, no sin antes pasar por la suya para coger alguna camiseta y pantalón para cambiarse. Avisó a Miriam de que no podría pasar a recoger a Oli del colegio y que no le esperasen para cenar porque íbamos a pedir chino mientras nos marcábamos el mejor maratón de pelis.

Cuando llegamos sacó una camiseta de la bolsa de su casa, se quitó su camiseta y me la tendió mientras se colocaba la nueva. Sabía de sobra porque lo había hecho, la camiseta que se acababa de quitar para yo ponerme llevaba su perfume, mi olor favorito.

Fui a mi cuarto a cambiar y de paso a cerciorarme si Ana estaba en casa o seguía en su turno de día completo. Como no estaba, Luis y yo nos sentamos en el sofá con una manta de las más calentitas, acurrucados y evitando caer en las tentaciones de Morfeo.

A pesar de que eran casi las siete de la tarde yo tenía muchísima hambre pues desde el desayuno que en realidad fue un café sin acompañamiento, no había comido nada. Robé una línea de la tableta de chocolate y cuando volví a los brazos de Luis me acordé de que ese no era el plan adecuado.

¡Luis! —estaba medio dormido y tuve que moverle ligeramente para que abriese los ojos—. ¡Luis, que tú te ibas a Galicia!

Claro que se iba a Galicia, me lo había dicho una semana atrás y yo le ayudé a preparar la pequeña mochila con ropa ayer mismo. ¿Cómo se me podía haber olvidado? Bueno, en mi favor me conciencié de que en sus brazos todo dejaba de importar, permitiéndome una tregua de culpabilidad.

Miró la hora en el móvil dándose cuenta de que su madre le había llamado un par de veces mientras él disfrutaba de un corto pero gustoso sueño en mi sofá. Se puso en pie dispuesto a llamarla para avisarla de la decisión de si marchar o no que habría decidido en apenas unos minutos.

Volvió un rato después, yo leía una de mis nuevas adquisiciones y que me tenía enganchada en sus letras, se tiró hacia mi apoyando sus brazos antes de caer en lo minúsculo que era mi cuerpo al compararse con el suyo. Aparté el libro con cuidado para que no se rompiese y gasté mi tiempo observando sus ojos llenos de brillo. Comiéndonos con la mirada.

¿Estás mejor? —me preguntó. Yo asentí, yame encontraba mucho mejor y ese dolor de cabeza que se apoderó de mí en el aeropuerto había desaparecido por completo después de la siesta. Sonrió al comprobar mi bienestar dejando un beso en mi nariz— Mañana bien temprano me voy a Galicia, que hoy ya es muy tarde.

Tus acordes en mi guitarraWhere stories live. Discover now