10. ERIK

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Permanecí en el fondo del salón belladona, esperando que todos se acercarán a la maestra. Confundido y un poco asustado de aquella señora.

Aún recordaba la reacción de mi cuerpo al sentir el toque de sus manos, esa mujer había visto cosas de mi que posiblemente ni siquiera yo sabía. No entendía los alcances de su herencia, pero estaba seguro que acercarme demasído podría ser peligroso. El grupo de Ilumia fue de los primeros en pasar, desde que había despertado. Ilumia había recobrado su brillo y empezaba a darle una oportunidad a su tríada, ahora no pasaba tanto tiempo a mí lado y eso me Calmaba, también había visto a Rick y a Daimon al entrar en la sala. Al verme Rick me había saludado y me había indicado donde estaba mi asiento, mientras Daimon ignoraba mi existencia. Mi mesa estaba en lo más profundo del salón y del círculo de mesas, estuve agradecido de no ser el objeto de las rápidas preguntas de la maestra Eva.

Conocía los efectos de la belladona, era una planta que crecía con fuerza en la ciudad amurallada. En especial en las laderas donde el control del rey no era tan fuerte. Eloíse me había hablado de ellas, de sus posibilidades, conocía sus efectos de primera mano así como sus usos. En poco tiempo el salón quedó vacío dejándonos solos, me acerqué a la maestra con cautela sabía que sería arriesgado, pero también sabía que aquella mujer era increíblemente hábil y sabía. La ciudad amurallada estaba versada y repleta de magos increíbles, pero incluso con nuestras conexiones y el poder de mi madre, nunca comprendimos la falla en mi herencia. Tal vez aquella extraña mujer tendria una respuesta.

- Te ves mejor ahora que estás despierto. - respondió la mujer al verme. La señora estiró sus manos, una vacía y la otra con un frasco reluciente.

- La Ciudad amurallada debe ser más cálida en esta época del año, ha pasado algun tiempo desde que la visite.-

- Estuvo ahí?-

- Visite muchos lugares durante mis años de estudio, la ciudad amurallada recibe muchos comerciantes de los diferentes Reinos, es un paraíso para los amantes de los objetos raros como yo.- la mujer me estiró la mano, esperándo que hiciera lo mismo. Al hacerlo una chispa recorrió mi espalda.

- Un cuerpo sano, pero débil. Tú herencia amaneza con destruirte con cada usó. Es fuerte, pero no infinita, si tuviera que catalogarla, diría que es una vela encendida, iluminará tu camino. Pero en algún momento la vela se consumirá por completo y con ella, tu vida. - dijo la mujer con un mirada triste.

- He visto muchas cosas en mi vida muchacho, una luz como la tuya es algo que nunca he visto. Es hermoso lo que sucede en tu interior, pero como todo lo bello de este mundo, también es efímero. Lo siento mucho niño. - la mujer me entrego el frasco y se alejó.

- Por favor espere, puede hablarme un poco más de mi herencia. - le pregunté con algo de pánico en la voz. La señora se giró y me vio como lo hacía Eloise, una mezcla entre la piedad y la tristeza.

- No puedo ver nada más alla de lo físico, no sé que haya pasado para que tú herencia te rechace de esa manera. Ni por qué el destinó y la diosa te dieron la espalda, pero te diré algo, algo que no está en los libros de historia. Los herejes, caminan solos por qué su sola presencia enfurece a la vida. Pero por esa misma razón son Personas libres, no están atadas a nadie y esa libertad les otorga la grandeza. Talos, el primer heredó, también fue el primer hereje y mira hasta donde llegó. Tú estado no es una sentencia. - me dijo la mujer caminando hacia la puerta, alejándose sin mirar atras. 

Me quedé frente al caldero hirviendo, solo con mis pensamientos. Sosteniéndo el pequeño frasco de vidrio en mis manos. La mujer no me había dicho nada, nada que no supiera, sabía que mi don era más fuerte que el de los demás hérederos. También sabía que esa misma fuerza era demasiada para que mi cuerpo la soportará. Eloíse también lo sabía, es por eso que su sorpresa no fue tan grande al ver la forma de mi magia, creyó que algo sencillo sería lo mejor para controlarla. No podría estar más equivocada, con el pasar del tiempo la práctica con mi herencia se hacía más fácil, con ella también llegaron las respuestas. Sin importar la forma en la que se manifestara mi herencia, seguía siendo una fuerza destructiva. Lo comprendí al manipular las mariposas, su roce podía crear llamas en algunos objetos si no me concentraba en darles formas, por el contrario, si lo hacía las pequeñas creaciónes se convertían en objetos tan sólidos y tan afilados como la mejor cuchilla. Sin importar lo que hiciera mi poder seguía siendo una fuente infinita de destrucción.

Eso me llevo a la conclusión de que debía manténer mi herencia oculta, inactiva para evitar así que el caos se propagase. Comprendí así, que si no usaba mi herencia está se desbordaba y lástimaba a las personas que estuvieran cerca. Mi poder era una contradicción según Eloise, entre más lo usará más corta era mi línea de vida y si dejaba de hacerlo la energía dentro de mi seria liberada de golpe destruyendo todo a su paso. Esto hizo que usar las mariposas se convirtiera en algo cotidiano, cosas pequeñas, lo suficiente para asegurarme que ambos aspectos de la contradicción se mantuvieran controlados.

Guarde el frasco de belladona en mi bolsillo y camine por los pasillos con el pensamiento de mi habitación en mente, durante el camino me asegure de comprar el Golden para cerciorarme de las nuevas noticias. Para mí desgracia no habían hablado de la ciudad amurallada más que para agradecer por el tratado de paz. Tire el periódico sobre mi cama al llegar, también me quite las incómodas botas del uniforme y el sastre gris. Dejando el pequeño frasco sobre la mesa, habían retirado las camas tal como la señora Bodeler había dicho. Aún no comprendía quien las había tomado, desde mi llegada no había visto a nadie más que a los maestros y los estudiantes en Ardulian, lo que me hacía preguntarme quien realizaba todas estas mágicas acciónes. Revise mi cajón y encontré una camisa holgada gris, algo sencillo entre las elaboradas prendas de mi madre. También noté que alguien había reparado mis lentes y los había dejado sobre la cómoda. Los tome con firmeza y los pude sobre mi rostro. Recordando la sensación en mis pómulos, la tranquilidad y el sentimiento de protección que estos me ofrecían. El único y verdadero regalo que mis padres me habian dado y que realmente amaba. Me miré en el espejo y note como el brillo dorado de mis ojos desaparecía siendo reemplazado por el color negro. Los lentes aún funcionaban, pero ya no emitían el mismo sentimiento. Ya no reconocía a la persona en el espejo.

Ya no lucía como el niño de las laderas, ni siquiera como Erik Dimar, ni como un Miembro de la familia real Astrea. "Los herejes no necesitan un nombre", las palabras de Adam me golpean de la nada. A tiempo para ver cómo la imagen en el espejo se distorsiona, veo una sombra a mí espalda, como una mancha que abraza mis preocupaciones. El maestro Lovely me había hablado de esto, de la sensación de vacío existente en los herejes. "Es lo que sucede sin la protección de la diosa". Veo como la sombra se cierne sobre mi, amenazando la pequeña luz que representa mi vida.

Me dejó caer sobre la cama y pienso en Talos, el primer heredero, el primer hereje. El primer héroe, el hombre que lo desencadenó todo. Que convirtió a los hombres en seres de infinita fuerza. Me pregunto si yo tendré el mismo valor. Si algún día mi nombre será grabado en la historia.

Hérederos: Dorado Ardulian.Where stories live. Discover now