18. ARTUR

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El día de hoy nos habían citado en el lago de aledayes, el ambiente era fresco. Incluso con el frío de noviembre el clima aun era agradable. Mi resfriado había desaparecido durante nuestra conexión como triada, la magia de sanación de Guila también me había afectado. Mi cuerpo también se sentía más liviano tras ello, dicho sentimiento se fortificaba al  estar juntos. Como si nos fortalecieramos al estar cerca, el lago era uno de los lugares más representativos de la escuela. Su extensión fácilmente podría llenar de agua la escuela dos veces. A su alrededor habían bastantes árboles de pino, ningúno tan grande como los de la reserva. No había animales al rededor, lo que era extraño dada la fauna circundante, para la clase de hoy nos habían pedido llevar nuestras espadas y arcos al lago. Guila había insistido en que nos preparamos lo mejor posible, afilando nuestras espadas y haciendo nuestras propias flechas. Hacerlo nos tomo toda la mañana, pero al llegar al lago, nuestras espadas relucían y nuestros arcos permanecían templados listos para ser apuntados.

- Parece que alguien viene preparado. - dijo Ilumia pasando sus dedos entre el mango de mi espada.

- Es un buen arco. - le dijo Tell a Guila revisando el suyo. - Pero este es mejor. - el arco de Tell era de madera negra, tan fino y pulido que hacía que los nuestros lucieran viejos.

Antes de que pudiéramos continuar con nuestra charla, la maestra Astrid irrumpió en el lago montada en un enorme caballo negro. La maestra Astrid era una reconocida caballero en el castillo, siendo superada únicamente por el padre de Zane como primer caballero. La mujer se acercó con su cabello rojo sacudiéndose en el viento, debía tener 40 años pero lucía de 25 o 30. Su piel estaba recubierta de pecas que se perdían entre su blanca tez. Al bajar del caballo el ruido de sus botas llamó la atención de todos, la mujer vestía una ajustada armadura de cuero y metal desde su cuello hasta sus pies. También llevaba a su espalda una enorme espada plateada.

- HEREDEROS, FORMACIÓN. Todos en línea recta. - grito la mujer acercándose, su voz es increíblemente gruesa y tosca. La mujer dio un par de pasos mientras todos corrían formándose unos junto a otros.

- Mi nombre es Astrid Rutherford, seré su maestra de armamento. Mi trabajo es refinar sus habilidades con las armas, su postura con el arco, la posición de sus manos sobre su espada, y su condición física. No necesitan saber nada más así que empezaremos, tras de mí hay unos chalecos de hierro, quiero que se los pongan y entren al lago. - dijo la mujer a modo de presentación, los herederos se miraron entre ellos, confusos haciendo que la mujer hiciera una mueca.

- Que esperan, dije ¡ahora! - grito nuevamente la maestra, todos lo estudiantes se apresuraron a ponerse los chalecos y entrar al lago. El chaleco era pesado, pues estaba hecho de hierro. Su tacto era áspero y estaba mohoso, incluso podía ver algunos toques verdes en su color metal. El agua estaba helada y me causaba escalofríos con solo sentir su tacto, los primeros pasos a penas lograron llegar a nuestras rodillas. La maestra nos pidió detenernos hasta que el agua nos llegó al cuello.

- Perfecto, durante mis clases entrenarán sumergidos en el lago usando esos chalecos. Ahora puede parecer una idea extraña, pero cuando sus cuerpos se acostumbren podrán moverse más rápido de lo que nunca creyeron. Permanecerán allí por tres horas y harán exactamente lo que yo haga, si me muevo se mueven, si atacó, atacan. Entendido. - los estudiantes respondieron por lo bajo solo para ser reprendidos por la mujer.

- ¿ENTENDIDO? - grito la maestra una última vez, recibiendo un coro de gritos tras ella. La maestra empezó a correr a su derecha rondando el lago, seguirla a través del agua y con el peso del hierro sobre nosotros era imposible. Cada paso era más difícil, la arena del lago se metía en nuestras botas y nos hundía en gigantescos bancos de lodo. Mientras las plantas del lago se amarraban al chaleco y nos en torpecia el paso, aún a pesar de eso la maestra no se detuvo. Siguió corriendo obligándonos a seguir tras ella, levanté mis pies sobre la tierra y los volvía a hundir en el barro una y otra vez. El sudor de nuestras frentes se mezclaba con el agua del lago mientras corríamos, el primero en caer fue Tod, un delgado joven. Su tríada lo sostuvo por los hombros y lo ayudo a seguir. Tras el número de hérederos que se detenían aumentaba. Al terminar la primera hora más de la mitad permanecía quieto o rezagado.

Hérederos: Dorado Ardulian.Where stories live. Discover now