28. ERIK

20 3 1
                                    

Me sangran las manos de manera apresurada, tiñendo la pequeña franela blanca que envuelve mis palmas en un improvisado vendaje. El entrenamiento de hoy se tornó más exigente que los demás, Sebastián Lovely, el elegante Caballero. Se había esforzado en instruirme en el uso de la espada, Exponiendo cada una de mis fallas, mejorando mi postura y el movimiento de mis músculos.

La sangre empezó a brotar de las ampollas en mis dedos, fue tan abrupto que aquella mancha carmesí llegó a mí rostro. El maestro Lovely detuvo nuestra práctica al notarlo, simplemente dejó su estoque en su cinto y se alejó.

Aquel era un hombre de pocas palabras, incluso durante nuestros entrenamientos no solía decir mucho, ni siquiera una instrucción. Solo podía distinguir sus enseñanzas a través de sus expresiones faciales, detectándo su Decepción, su calma, su satisfacción. Basado en sus expresiones cambiaba, movía mi cuerpo e intentaba copiarlo.

El maestro Sebastián se quitó sus blancos guantes y los guardo en su bolsillo, enseñándome sus manos. Estaban tan limpias y pulcras, seguramente al tocarlas podría sentir su suavidad. Su tacto se veía tan delicado, tan diferente al de los demás Guerreros. Una de la primeras enseñanzas de Eloíse fue aprender a examinar a mis contricantes, empezando por sus manos, las ampollas y las cicatrices denotaban esfuerzo, una pequeña aspereza en la esquina de su dedo índice era un claro indicio de un espadachín.

Las manos del maestro eran la clara excepción de la regla, tan sencillas y limpias, pensaría en el como un costurero o un sastre. No como uno de los mejores espadachines del Reino, me preguntaba que pensaría Eloise de ello.

Para el las marcas en sus manos eran una deshonra, el solía decir que el uso de la espada era un Arte, tal como un pincel en un lienzo. Como una obra debía ser precisa, controlada y detallada. La espada debía bailar en las manos como si danzara, en un mortífero baile donde la única piel que debía ser rasgada debía ser la de tu oponente.

Bastaba con verlo combatir para entender sus palabras, tan elegante y sublime, sus movimientos eran tan coordinados como precisos. La fuerza que imponía en cada estocada, estaba tan finamente controlada que era imposible que sus manos sintieran el daño. Durante nuestros intercambios de golpes, nunca llegué a golpearlo, ni siquiera hacer contacto con el. Se movía como el agua, tan calmado y a la vez tan violento. Desviaba mis golpes con el mango de su espada, Giraba y ponía sus pies en mi centro de gravedad, haciéndome retroceder.

Nunca me explico nada, solo me enseñaba y esperaba que lo imitará. Así durante seis meses, al igual que un espejo refleje su postura, sus movimientos, incluso la velocidad de sus estocadas. Aún así nunca logré alcanzar su técnica, su sutileza. Mi estoque me ampollaba las manos con el tiempo, el impacto del metal destrozaba la piel y me dejaba amplias cicatrices.

El maestro Lovely se fue sin decirme nada, como era costumbre. Dejándome solo con las manos llenas de sangre. Eloise me había instruido para ser un sobreviviente, me enseñó a analizar a mí oponente, a reconocer mi espacio y controlar mis emociones. A ser independiente, sin confiar en nadie, ni siquiera en mis propios ojos. Me enseñó a usar todo lo que estuviera a mí alrededor, a hacer trampa y engañar, a hacer lo que fuera necesario si eso significaba salir con vida. El maestro Sebastián fue diferente, no me instruyó en nada, pero aún así me enseñó mucho.

Ahora comprendía el peso de un arma y la sutileza de la espada, al principio elegí el estoque por qué me recordaba a Eloise. Ahora lo veo como una extensión de mi cuerpo, como el reflejo de mi Alma tan delgado y frágil, como mi vida. Y la vez tan fuerte y ágil como mi futuro.

Camino por el corredor aún con las manos ensangrentadas, esperé a Daimon por cerca de media hora, me giraba cada cinco minutos esperando ver su rostro frío y el periódico en sus manos. Al final no llego, fue extraño. Normalmente llegaba al final de mis entrenamientos aveces incluso antes. Su presencia se había vuelto una constante por lo que no tenerlo cerca era extraño, casi indispensable.

Hérederos: Dorado Ardulian.Where stories live. Discover now