30. ERIK

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Sacudí mi cabeza al sentir el primer copo de nieve en mi nariz, el clima había cambiado con rapidez como no ocurría en la ciudad amurallada. Dejé mi mochila en el suelo y levante la mirada hacia el oscuro cielo para ver cómo miles de pequeños cristales blancos descendían con delicadeza.

Espere a Ilumia frente al jardín por cerca de una hora, hasta que Daimon apareció. Cargaba dos maletas en su espalda y llevaba una larga bufanda verde alrededor de su cuello, parecía distraído como si estuviera buscando algo. Al verme se acercó rápidamente y dejó las mochilas en el suelo, me saludó con su habitual movimiento de cabeza mientras se sentaba a mi lado.

- ¿Donde está Rick? - le pregunté recogiendo un parde copos de nieve en mis manos.

El chico me observó por un rato, omitiendo mí pregunta y estirando la mano hacia mí cabeza. Limpiando de mi cabello algunos copos restantes.

- ¿Nunca has visto la nieve? - Me pregunto Daimon mientras terminaba de recoger los copos en mi cabello.

- No así. - le respondí jugando con la espesa masa blanca en mis manos.

Daimon me miró curioso para luego recoger un poco de nieve del suelo, formando una pequeña bola blanca.

- ¿Que tiene de diferente? - me dijo mientras observaba detenidamente la esfera entre sus dedos.

- Su color, su textura, su aroma, todo es diferente - le dije recordando las nevadas en los barrios pobres, la ciudad amurallada era un imperio en crecimiento. Diferente a todos los demás, tanto a nivel industrial como jerárquico. Nuestras fábricas trabajaban las 24 horas al día, todo el tiempo. No teníamos una hora para descansar, nuestro imperio debía trabajar bajo la luz del sol y de la Luna.

La ciudad no tenía una infraestructura como la de los reinos de siete colores, tampoco sus recursos. Para mantenerse segura se levantaron las murallas en diferentes zonas, y tras ellas, siete grandes puertas que conectaban a la ciudad con el resto del mundo. Debido al rápido crecimiento el clima se había tornado complejo y oscuro, tan contaminado con el humo de las fábricas y los trenes que el aire siempre era gris, Incluso el sol brillaba más tenue que otros lugares. Afectando la salud y el bienestar de los ciudadanos.

Esto era más palpable en los barrios pobres, especialmente en las laderas donde estaban todas las fábricas e industriales. Allí se fabricaban las armas y armaduras, los ornamentos para la realeza y las placas de las murallas. Mi padre, el Rey. se había preocupado tanto de protegerse del exterior de las murallas, que hacía caso omiso a las personas pobres dentro de ellas. De las muertes por problemas respiratorios y la contaminación del agua. En especial por qué el anillo central donde el residía no tenía ese problema.

En los tiempos fríos cuando la nieve empezaba a caer sobre las casas, las personas salían a disfrutar de las bendiciones de la naturaleza. Para mi eran días tristes, pues Eloise no aparecía cuando nevaba. Y tenía que permanecer solo en la recámara, soportando el hambre y la soledad.

Al anochecer, cuando no había ya nadie en las calles, ni animales, ni vagabundos. Podía salir por las vías, caminar entre las casas y jugar con la nieve, solo bajo la luz de las estrellas.

Gracias a la contaminación de la ciudad, la nieve era gris, casi negra al caer al suelo y mezclarse con la mugre. Su olor era más parecido al carbón que a la humedad y su textura era viscosa en lugar de solida. Aún así era fría, y era mía.

Las noches con nevadas hacían que todos, inclusive los guardias tuvieran que dejar las calles y sus posiciones, lo que me permitía estar solo. Pasear por el lugar como si fuera uno más de ellos, solía correr entre la nieve fingiendo que había mucha gente a mí alrededor, que jugaba con otros niños. Me dejaba caer en la viscosa nieve gris y rodaba sobre ella, por horas sonreía entre su olor a tierra hasta que el sol aparecía y me obligaba a marcharme.

Hérederos: Dorado Ardulian.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora