19. ERIK

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Ilumia se alejó de su tríada para luego caminar hacia la mesa en la que yo estaba. Al llegar se sentó en una de las sillas sobrantes de mi mesa y me lanzo una de sus miradas furtivas, sus ojos purpura brillaban nuevamente con fuerza mientras estudiaba mis reacciones.

- ¿Por que tan pensativo?. - me preguntó tomando una de mis plumas y garabateando en mi cuaderno.

- No es por nada en especial, solo pensaba en las palabras de la maestra. - le respondí mirando de cerca como sus dedos trazaban líneas al azar en mi cuaderno. - Las herencias reflejan nuestra alma, nuestra razón de ser. No sé cuál es la mía. -

La chica detuvo su dibujo y me miró confusa, para después tomar mi mano y dibujar sobre ella una pequeña línea.

- Se que no es educado preguntar, pero ¿cuál es tu herencia, Erik?. No se mucho de la ciudad amurallada, pero tengo entendido que no existen más herederos nativos fuera de la princesa. - Mire sus ojos pensando en mi respuesta, no esperaba una pregunta tan directa.

- Está bien, si no quieres hablar de ello, te hablaré entonces de la mía. - me respondió terminando de dibujar en mi mano, examino el pequeño dibujo antes de continuar.

- Mi herencia se llama atadura, como ya viste me permite invocar hilos plateados, controlarlos y darles forma. La región norte es muy diferente al centro del Reino dorado, nuestro deber es defender las fronteras. Eso es por lo que estamos siempre en constante movimiento, a diferencia de aquí nosotros no creemos en la monarquía ni dependemos de las herencias, son pocos los herederos que puedes ver ahí. En cambio, ponemos nuestra fe en nuestra propia fuerza, en nuestros músculos y en nuestro instinto. Desde que nacemos estamos luchando, entrenando, esperando siempre lo peor. Listos para entrar en batalla, por eso las demás ciudades doradas nos temen o nos discriminan. Nos llaman las bestias de nieve, ignorantes musculosos. Puede que lo seamos, pero también somos confiables y fuertes. Mi padre es un gran comandante del ejército norte y mi madre murió cuándo yo era una niña, cuando eso pasó mi padre me envió lejos del ejército. Donde nada pudiera lastimarme, pero sabes. No hay nada que ame más que la libertad de una pelea, por eso cuando mi padre me envió con las costureras a trabajar diariamente entre agujas e hilos. Haciendo armaduras y ropaje para los caballeros, algo dentro de mi moría con cada punzada. -

La mire extasiado por unos segundos, era la primera vez que hablabamos  de nosotros, sus palabras salían rápido, pero sin llegar a ser inentendibles. Me concentre en su voz, en como decía sus palabras sintiendo toda la emoción de su historia.

- Mi herencia se activo cuando tenía 12 años, me frustre cuando noté que mi habilidad consistía en crear hilos. Mi madre fue una heredera, su herencia le permitía mover la nieve. Era un guerrera, yo esperaba algo igual. Pero resultó que tantos años junto a las costuras de la tela, habían deformado mi ser, mis anhelos como guerrera. Habían deformado la forma de mi magia, la odié. No entendía como mi herencia había llegado a mí. Con ayuda de las costureras, aprendí a controlarla, podía coser pañuelos, armaduras, vestidos hermosos. Y mis hilos eran más resistentes y duraderos que cualquier otro material, mi padre estaba emocionado. Feliz de verme lejos del campo de batalla que le había arrebatado a su esposa, yo estaba feliz de verlo, aunque por dentro estuviera marchitandome con cada puntada. -

Ilumia se detuvo por un momento y se cambió de lugar, quedando ahora frente a mí y mostrándome el pequeño dibujo en mi mano. Lo observé curioso y me encontré con que había dibujado una aguja y un hilo cosiendo un pequeño corazón.

- lo aguanté, Erik. Te juro que hice todo lo posible por conservar la sonrisa de mi padre, trabaje por años con las costureras. Estudié de noche mi habilidad con la espada, me escapaba en mis días libres al bosque y corría por horas entre la nieve. Sola con mi arco y mi espíritu, case algunos animales, me topé con algunas bestias. Luego regresaba y ocultaba las ampollas y cayos en mis manos con unos pequeños guantes blancos, que había tejido con mi herencia. Durante una de mis escapadas, una de las costureras me siguió, no debió hacerlo. Ese día estaba cazando un lobo, lo había rastreado por semanas y por fin había encontrado su cueva. Resultó que era una manada, había cuatro lobos allí, yo iba oculta, sabía esconder mi olor y mi rastro. La costurera no, los lobos la detectaron. Corrí a auxiliarla, pero los lobos eran más rápidos, tense mi arco dispare cuatro veces. Solo vencí a uno, el resto la arrincono contra un árbol. No me prestaban atención, no llevaba más que un arco y una daga. No podía confiar en que no le daría a ella si disparaba con el arco, tampoco confiaba en mi habilidad con la daga. Solo sabía que no quería que ella muriera por mi culpa, por qué no pude simplemente aceptar mi destino.  Cuando uno de los lobos la atacó, mis hilos se activaron. Aún recuerdo la sensación, el piquete en mis dedos. Como si fueran una extensión de mi, los hilos volaron más rápidos que cualquier flecha y atraparon al lobo por la mandíbula, levantadolo en el aire y dejándolo caer sobre sus compañeros. Me acerqué a la costurera y mis hilos se enredaron en sus brazos elevandola y poniéndola a salvo en una de las ramas del árbol, sentía la sangre correr por mis venas cuando el primer lobo atacó, mis hilos bailaban a mí alrededor, atando a los feroces animales evitando que me lastimaran. Usando mi daga los venci uno a uno, me sentí viva al ver correr su sangre. Sé que no debía sentirme así, que era una vida la que estaba arrebatando, pero eso era una batalla. Por fin me había convertido en una guerrera. Ese día hábia comprendido que mis hilos eran mucho más que un simple material de confección, eran una cadena y un lazo que podía ser lanzado a las personas que lo necesitaran. Descubrí entonces la forma de mi magia. -

Hérederos: Dorado Ardulian.Where stories live. Discover now