24. ARTUR

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Transcurrieron tres semanas desde el entrenamiento inicial del maestro Sebastián, fueron días complicados para todos. La intensidad de las clases se volvió más tediosa y compleja, sumado a que muchos grupos aún no se recuperaban mentalmente de la primera semana, manteníendo una mirada distraída de los entrenamientos y dando como resultado un falló en la puntuación de valía.

Entre ellos y en especial, nuestra triada, se habían visto particularmente afectados en sus calificaciones.

Nuestra convivencia se había tornado complicada, Zane hacia lo posible por mantener en alto los ánimos de la tríada, pero incluso el se veía decaído por nuestra conexión.

Había días en los que Guila simplemente se perdía en sí misma, dejaba de ser ella, como si viajará a otra lugar llevándose con sigo solo su alma. Ya no lloraba frente al espejo, pero podía sentir una mancha oscura en nuestro lazo. Un tinte que se había enegrecido tras nuestra batalla con la tríada de Sebastián, el trío de Sepehera nos había dañado más de lo que ninguna espada podría hacerlo jamás.

Lo que más nos lastimaba era ese hecho, que nos hubieran dañado tanto, con tan poco. Con unas simples palabras y unas pequeñas acciones, éramos débiles, nuestras mentes y en especial nuestros corazones. Caían ante la simple mención de su nombre, Sebastián lo sabía. Y lo uso, pero incluso el se vio sorprendido con los resultados.

En adición a todos nuestros problemas se encontraba mi herencia, nunca creí que sería tan problemática y tan difícil de controlar. Guila me había pedido practicarla durante semanas, pero no me atrevía a usarla contra nadie. No después de lo que le había hecho a Luna, el recuerdo de su rostro paralizado y sus labios rebosantes de aquel líquido blanco, inundaban mi mente al intentar liberarla.

Me había topado con ella en el comedor y en la sala de armas. No sabía si debía disculparme o si simplemente debía dejarlo pasar, solo sabía que algo en mi se caía al verla, la culpa me engullia y mi mente se perdía en aquel tétrico recuerdo. En especial, por qué para ella no parecía la gran cosa, al hacer contacto conmigo todo en ella lucía igual, a diferencia de mis suposiciones, ella no me veía con ojos enojados ni siquiera con un pensamiento vengativo.

No era algo que Sebastián haría, supuse que su tríada tampoco. El Siempre solía decir que << Cada acción que se hace en pro de algo, lástima a alguien más. Como cándidatos, Artur. Es nuestro deber soportar las consecuencias de nuestros actos. >>

Pensé en sus palabras y en el tiempo en el que éramos amigos, Sebastián podía rivalizar con Rick en inteligencia, en fuerza y en convicción. Esa era una de las principales razones por la que eran tan amigos, pero había una cosa que los diferenciaba, aquello que quebró su amistad. Los límites, si bien Sebastián nunca haría algo que dañará al pueblo, o que lastimara a un inocente. El no tenía límites en cuan lejos podía llegar por el bien de sus ideales, algo que Rick no compartía.

Me vestí en silencio, mientras Zane y Guila jugaban en la habitación, ella lucía más tranquila el día de hoy, podía sentirlo en mi pecho en la pequeña parte de mi corazón que le pertenecía. Aveces no comprendía como podían cambiar tanto sus emociones, algunos días tan feliz, otros tan decaída. Sin entender cómo ayudarla, solo podía disfrutar de los buenos días.

Nuestra conexión se había expandido gracias al voto de silencio interpuesto por mi herencia, al no poder hablar debía concentrarme más en llevar mis pensamientos a sus corazones, como resultado ahora reaccionaban a mí, incluso sin verme.

Zane solía decir que debía intentar hablar más, que simplemente pensara en lo que debía decir. Yo aún estaba asustado, sabía que mi herencia no le haría daño a nadie siempre que cuidara mis palabras, pero también sabía que mi cerebro no era tan rápido como mi boca. La semana pasada Zane me había despertado en medio de gritos y juegos, a lo que instintivamente respondí pidiéndole que se callara. Cuando noté lo que había hecho, ya había sido muy tarde, Zane perdió su voz durante toda la mañana. Aúnque tanto el como Guila intentaron restarle importancia, alegando que era algo bueno poder silenciarlo por un rato, mi corazón no lo sentía igual, no quería darle órdenes a mí mejor amigo. No quería herirlo.

Hérederos: Dorado Ardulian.Where stories live. Discover now