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Llegué junto a mis amigos, pareciendo llamar su atención por mi modo duro de caminar y seguramente la cara de enfado que me acompañaba. Por mucho que hubiese querido que fuese al contrario, a medida que fui avanzando y alejándome de Enzo, mi cabreo fue yendo en aumento. Uno prácticamente exponencial. Toda la inseguridad o estupefacción que pude sentir junto a él, se fue convirtiendo en rabia y en una indignación descomunal.

¿Cómo se había atrevido a hablarme de ese modo jocoso pareciendo vacilarme con todo lo que decía?

¿Por qué al irme me retuvo cogiéndome del brazo sin decir nada?

O, comenzando por lo más básico, ¿qué narices hacía Enzo en la ciudad y justamente en esa fiesta que tanto había estado esperando para poder disfrutar con mis amigos?

–Lara, ¿todo bien? –me preguntó David visiblemente preocupado, acercándose a mí.

Los demás me miraban confundidos y pude ver en Carla un nivel de curiosidad mezclada con intranquilidad que me hizo pensar que, en cualquier momento, me pediría que le explicase lo que había ocurrido.

–Aquí tienes tu cerveza –le dije a David suspirando mientras le entregaba la bebida–. Lo siento, pero un inútil se cruzó en mi camino y me tiró medio vaso de las dos cervezas que, como veis, han acabado en mi ropa.

David le dio la cerveza a Jorge para que se la aguantase y enseguida se quitó su camiseta de manga corta blanca, debajo de la cual llevaba una de tirantes que dejó al descubierto el cuerpo trabajado que sabía que tenía.

–Ten, ponte esta, si quieres –me ofreció amablemente–. Al menos te sentirás más cómoda –sonrió.

No pude evitar devolverle la sonrisa. A pesar de mi mal humor de aquel momento, de mi a veces sequedad con él o de todo lo que David había tenido que esforzarse conmigo, siempre tenía una sonrisa para mí y consiguió calmarme aunque solo fuese un poco.

–Gracias –le agradecí.

–Te acompaño a los baños, Lara –se ofreció Carla enseguida–. Será mejor que te quites la que llevas ahora para no manchar la otra si te la pones por encima.

Supe que tenía razón, pero también supe que, si quería acompañarme, era para que le diese detalles sobre lo que había pasado. Carla me conocía lo suficiente como para saber que el simple hecho de manchar mi top no era el único motivo por el que estaba cabreada.

Nos dirigimos junto a Mónica –quien nunca quería perderse un cotilleo– hacia la zona de los lavabos. En cuanto llegamos a la más cercana y dado que a penas había gente, enseguida me quité el top y conseguí limpiarme con un poco de agua y un pañuelo que me dejó Mónica.

Hice todos y cada uno de mis movimientos con dureza, continuando atrapada en aquella espiral de pensamientos confundidos que parecían haber llegado para quedarse desde que me topé con Enzo. Incluso llegué a plantearme si el encuentro había ocurrido en realidad, pues continuaba pareciéndome inconcebible que algo así hubiese pasado justo aquella noche.

–¿Vas a contarnos qué ha pasado? –preguntó Mónica, impaciente, una vez me puse la camiseta que David me había dejado, haciéndole un nudo para que no me quedase tan larga y holgada.

–Enzo –dije sin más.

–Pues deja de beber –propuso Carla–. A lo mejor el alcohol está haciendo que pienses más en él de lo que deberías.

–Que está aquí, Carla –aclaré.

–¿Aquí? ¿En la ciudad?

–¡No! ¡En el maldito festival, joder! Me he chocado con él al volver con las bebidas, derramándoseme encima.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora