.8.

4.1K 364 92
                                    



Ahora lo sabía. Estar entre sus brazos era lo que había estado necesitando todo aquel tiempo. No obstante, y al mismo tiempo, sabía que no debía dejarme llevar por aquella sensación que tan solo Enzo podía provocar en mí.

Le dije todo le que había estado guardando desde que se fue; lloré incluso después de haberme vaciado durante noches, pero sentí como si, al fin, me hubiese desprendido de aquella espina que se había clavado en mi pecho sin querer salir desde que todo aconteció aquella noche de noviembre.

Su calor me acogió durante largos minutos, durante los cuales no dejé de sentir esas caricias que enviaban escalofríos por todo mi cuerpo, calmando poco a poco la angustia que mis propias palabras me habían causado.

Pero no podía.

No debía.

Casi con pesar, me separé de su cuerpo para mirarle a los ojos. En aquella ocasión, por primera vez desde que le había visto aquella noche, reconocí aquellos ojos que tantas veces había visto mirarme con amor, cariño y admiración. Sin embargo, ver lo cristalinos que estaban –adivinando que él también había estado llorando– me preocupó.

Sí, Enzo claramente tenía éxito en su vida profesionales, pero desde niño sabía que había tenido problemas personales que le habían llevado a ser ese hombre incapaz de identificar sus emociones o de enfrentarse a ellas. Ese era el principal motivo por el que sospechaba que había sido siempre tan torpe en nuestra relación, pero yo ya había aguantado demasiado.

Pese a saber que realmente estaba sufriendo, lo nuestro no podía ser.

Por supuesto que aprecié que aquella noche se hubiese abierto de ese modo, pero Enzo me había herido más de lo que podía soportar y en ese instante me vi incapaz de volver a pasar por algo así. Además, ahora estaba conociendo a alguien que sí parecía entenderme y quererme bien, sin otros problemas personales que se entrometiesen en nuestra relación. Justo eso era lo que mi vida necesitaba.

Desperté de aquel bucle de pensamientos cuando me di cuenta de que él observaba mis labios. Un fuerte calambre se propagó desde mi pecho hasta mi vientre, pasando antes por mi estómago, oprimiéndolo como si con aquella sensación hubiese despertado tras un largo letargo. Pero supe que no debía dejar que eso ocurriese más, porque bien comprendía que si volvía a probar esos labios, ni yo misma podía estar segura de poder controlarme.

–Enzo...

Pronuncié su nombre a modo de advertencia mientras bajaba literalmente mi rostro, intentando que su mirada perdiese de vista los labios que inconscientemente comenzaron a sentir ese cosquilleo que ya anticipaba su contacto.

–Por favor, Lara. Déjame demostrarte que puedo hacerte feliz –prácticamente suplicó.

–No-no puedo, Enzo –respondí retrocediendo– Estoy... estoy saliendo con David y...

–¿Le quieres? –interrumpió entre el enojo y la tristeza.

No supe qué contestar. David me gustaba, eso lo sabía. Era un hombre muy atractivo, que siempre se había portado genial conmigo y que me hacía sentir bien cuando estaba con él. ¿Pero quererle? No. No al menos todavía. Y por mucho que me hubiese gustado decirle al hombre que tenía delante que sí, para que se alejase de mí, fui incapaz de hacerlo.

–Sé que no, Lara –dijo entonces él, acercándose a mí con aplomo mientras yo continué retrocediendo.

–Para, Enzo –le pedí. Pero no me hizo ni caso.

–He visto como le miras, y no negaré que es un tipo atractivo y que seguramente te guste, pero no le miras como lo sigues haciendo conmigo. Lo sé.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now