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Me estaba costando más de lo que incluso esperaba poder coger el sueño. Desde que había llegado a casa –despidiéndome de David en el portal, dado que ninguno de los dos creímos oportuno que aquella noche durmiésemos juntos–, no hacía más que intentar no derramar aquellas lágrimas traicioneras que no dudaron en humedecer mi rostro a la mínima que me descuidaba.

Lo ocurrido aquella noche parecía una auténtica pesadilla. Y es que jamás creí que, en el caso de que volviese a ver alguna vez a Enzo, nuestro reencuentro fuese así: con un claro vacile por su parte, unos celos inexplicables y una cascada de reproches que no pude evitar dedicarle. Además, había sido mucho más pronto de lo que creí –y de lo que podía soportar–.

Haberle vuelto a ver, había logrado aflorar en mí sensaciones que creí que habría perdido para siempre. No me agradaba que fuese justamente él, el único responsable de mi aflicción, el hombre capaz de hacerlo.

A pesar de la distancia; a pesar del tiempo; a pesar de sentirme abandonada por él; a pesar de conocer sus múltiples ligues y su nueva vida en Australia; y a pesar de todo lo que había hecho aquella noche, Enzo seguía provocando que mi corazón se acelerase con tan solo pensar en él, que mis piernas flaqueasen al escuchar su profunda voz y que todo mi cuerpo vibrase con su mirada.

Me sentía completamente perdida, y es que en ese momento tenía la dura sensación de que nunca lograría olvidarle del todo. Además, me sentí peor que nunca al estar pensando en él en vez de en David, un hombre que me cuidaba, que siempre había sabido empatizar conmigo y que sabía que me quería bien.

¿Por qué narices no me era posible olvidar a alguien con tan solo apretar un interruptor en mi interior? ¿O por qué no podía escoger amar a alguien que sabía que podía hacerme feliz?

Tras lavarme la cara, cepillar mis dientes, peinar mi ya desaliñado cabello y ponerme el pijama, me metí en la cama. Tan solo quería cerrar los ojos, quedarme dormida con la mente en blanco y olvidarme de todo. Obviamente, hubiese preferido despertar de la pesadilla que tenía la sensación de estar viviendo, pero bien sabía que todo lo ocurrido y todo lo que sentía por todo mi ser era más real que la vida misma.

Como si la sábana me provocase urticaria, no dejé de moverme durante los siguientes minutos. Por mucho que cerrase los ojos, respirase, escuchase música o intentase despejar mi mente, él se rehusaba a salir de ella y yo era incapaz de relajarme.

Decidí salir de la cama e ir a comer algo a la cocina. Quizás con el estómago lleno consiguiese sentirme mejor. Acabé preparándome un buen sándwich triple vegetal al que unté de mayonesa como si me hubiesen dicho que esta iba a desaparecer e iba a ser la última vez que la probase.

Justo cuando mi boca se debatía entre el placer del primer mordisco y el arrepentimiento por haberla llenado demasiado, vi mi vida pasar en un instante al atragantarme tras escuchar tres fuertes golpes en la puerta de mi casa.

Mi cuerpo se paralizó –incluso dejé de masticar y de respirar–, esperando no volver a escuchar nada más aparte de los desbocados latidos de mi corazón. Pero pocos segundos después, aquellos tres golpes se repitieron.

Me levanté del taburete que había estado ocupando, cogí uno de los cuchillos del taco que siempre había sobre la isla de la cocina y me dirigí con paso sigiloso a la puerta, volviéndome a sobresaltar a medio camino al escuchar nuevamente aquellos insistentes toques cada vez con más energía.

–Lara, ábreme, por favor –escuché cuando a penas un par de pasos me separaban de la entrada.

Mi respiración se cortó y, debido a que todavía tenía parte de mi tentempié en la boca, acabé tosiendo sin poder remediarlo al, esta vez sí, atragantarme por reconocer sin ningún tipo de duda de quién era esa voz.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora