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A penas había podido dormir aquella pasada noche. Haber encontrado el documento de la filial de los Sanz en el despacho de Lara me quitaba el sueño. Seguía sin entender qué razones podría tener ella para tener que ocultarme algo así. Habíamos hablado la noche anterior, pero no me había atrevido a preguntarle. Lo que menos quería es que creyese que sospechaba de ella, porque no era así. Sin embargo, aquel tema me traía de cabeza.

Aquel día había quedado para comer con mis padres, en su casa. Mi padre estaba realmente emocionado con la subasta y quiso invitarme para celebrar que las cosas parecían mejorar tanto para la Fundación como para mi propia empresa. Él mismo me había propuesto que Lara asistiese también a la comida, pero para que mi madre le hiciese pasar un rato desagradable ni siquiera pensé que fuese posible –además de que ella debía acabar de ultimar la preparación del evento y yo no tenía demasiadas ganas de enfrentarla antes de que mis ideas se aclarasen, aunque fuese mínimamente–.

Pasé la tarde en la que era mi antigua habitación, haciendo algunas llamadas de trabajo y utilizándolo también como excusa para no tener que compartir demasiado rato con mis padres. Cierto es que la relación con mi padre había mejorado mucho últimamente, pero con mi madre parecía todo lo contrario. Todo lo que decía, sentía que lo hacía con doble sentido, con algún tipo de intención oculta, y aquel no era un buen día para tener el dolor de cabeza que ella siempre acababa provocándome. Necesitaba mi mente lúcida para poder pensar con claridad.

Cuando llegó la hora de irnos hacia la galería de arte, para asistir al evento de la subasta benéfica, me llegó una llamada entrante de Australia. Uno de mis abogados necesitaba que le enviase algunos documentos con urgencia, para intentar acelerar el caso del plagio, así que me puse a ello. Quizás llegaría algo tarde a la subasta, pero estaba seguro de que Lara y sus padres se encargarían de que todo se diese tal y como estaba planeada.

–Hijo, tu padre y yo te estamos esperando para irnos –escuché que decía la voz de mi madre al otro lado de la cerrada puerta de la habitación, tras dar dos suaves golpes en la misma.

–Debo quedarme haciendo un trámite para Australia –expliqué sin más–. Id vosotros, yo ya iré por mi cuenta.

Sin siquiera preguntar, ella abrió la puerta. Me giré, observando cómo su siempre excesivo maquillaje y su ostentosa indumentaria entraban en mi habitación.

–¿Todo bien, hijo? –quiso saber.

–Sí –respondí sin más.

–¿No estarás así por esa tipa, no? –preguntó, molestándome.

–¿Así cómo? –espeté alzando ligeramente el tono– Y si te refieres a Lara, deja de una vez de llamarla «tipa».

–No sé, hijo... te veo demasiado pensativo y no has dejado de fruncir el ceño en todo el día. Es normal que me preocupe, ¿no? Soy tu madre.

–Claro, porque Lara tiene que ser la única causante de mis preocupaciones –dije con sarcasmo–. Te recuerdo que mi empresa ha estado a punto de entrar en quiebra y que por poco perdemos los fondos de la fundación que, ¡fíjate! Lara ha sido una de las responsables de que todo no se fuese a la mierda.

Era plenamente consciente de que no estaba hablándole de buenas maneras, pero no podía hacerlo de otra forma. Por mucho que supiese que el rencor no me llevaría a nada, era incapaz de perdonar todo lo que mi madre había hecho en el pasado. Además, cada vez que nombraba a Lara con ese desprecio, lograba encenderme de rabia. Mi creciente estado de nerviosismo tampoco ayudaba.

Mi madre, con cautela, se acercó a mí sacando un sobre de su diminuto bolso. Su rostro parecía serio y le dio un dramatismo a la situación que me hizo temer lo peor.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now