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Pese al calor de la noche, todo mi cuerpo sentía frío. Incluso con la fina americana que Víctor había colocado sobre mis hombros, continuaba agarrándome los brazos, abrazándome a mí misma, intentando hacer desaparecer aquella extraña y dolorosa sensación que se había apoderado de mí desde que había visto a Enzo marcharse de mi lado, sin dejar explicarme, dudando de mí.

Víctor me había explicado que acababa de llegar hacía a penas un par de horas a la ciudad. Él continuaba viviendo y trabajando en Londres, pero quiso asistir a la subasta benéfica, aunque fuese después de esperar tres horas en el aeropuerto por el retraso de su vuelo y estar visiblemente cansado.

Todo lo que Víctor me fue explicando sobre su vida en Londres en el banco que nos sentamos, cerca todavía de la galería, me ayudó a calmarme. No volvió a preguntarme qué era lo que había ocurrido para haberme encontrado en aquel estado, y es que Víctor siempre había comprendido cuándo necesitaba distraerme, dejando que yo misma fuese la que comenzase a hablar si es que así lo precisaba.

Su suave voz llevaba minutos explicándome lo bien que le iba en Londres pero lo mucho que extrañaba también volver a la ciudad. El clima en la capital inglesa nada tenía que ver con el que podíamos disfrutar en España y eso era algo que le hacía pensar muchas veces en su regreso.

Cierto es que centrarme en su relato me sirvió para aclarar mis pensamientos y sentirme más a gusto, pero en cuanto todo lo ocurrido con Enzo volvió a repetirse en mi mente, las lágrimas comenzaron a deslizar por mi rostro sin darme cuenta y sin poderlo controlar, volviéndose a incrementar mi angustia.

–Eh, Lara... –susurró él con cariño– Llevo un rato hablando, pero no puedo evitar preocuparme por lo que sea que te ha ocurrido y por lo que estás así. A juzgar por el hecho de que mi hermano no está en la galería, supongo que tiene que ver con él, pero necesito que me cuentes qué ha pasado para intentar comprenderte y ayudarte.

Le miré. Los ojos verdes de mi amigo me observaban con preocupación y tristeza, y es que me debía de ver realmente horrible para provocar que él se viese tan afectado. Intenté comenzar a explicarle lo que había ocurrido, desde que Marcos Sanz me llamó para tener aquella extraña reunión en la berlina, pasando por que acepté no revelar su nombre real en cuanto a la inversión de su filial y lo que había ocurrido después en la subasta, pero ni yo misma fui capaz de conectar y explicar bien los hechos. Las palabra salían de mi boca desordenadas, formando frases sin a penas sentido que solo hacían que aumentar mi ansiedad al darme cuenta de lo mal que había hecho las cosas aquella vez. Las ganas por ayudar a la fundación y por conseguir financiación para sus proyectos –ayudando así también a Enzo– me habían desviado de lo que me correspondía como empleada –y también como pareja–. No podía sentirme peor por eso, pues al final aquello había sido el desencadenante de que Enzo se hubiese marchado de mi lado aquella noche.

–Espera, Lara –me interrumpió Víctor, colocando sus cálidas manos sobre mis hombros–. Cálmate, no estoy entendiendo nada de lo que me dices.

–Es que no... estoy muy agobiada ahora mismo –le confesé.

–Tranquilízate. Estás temblando... –comentó con pesar, agarrándome entonces de las manos para parar aquella inevitable agitación–. Vamos, te llevaré a casa y de camino pararemos en una cafetería veinticuatro horas que nos preparará un buen tazón de chocolate que te dejará como nueva.

–¿Chocolate en verano? –conseguí reírme.

–Tú hazme caso. No hay nada mejor para el mal de amores que un buen chocolate caliente –intentó convencerme, guiñándome cómplice un ojo.

Víctor se levantó con brío del banco, tendiéndome su mano, la que no dudé en coger para dejar que me ayudase a levantarme. Me sentía realmente agotada.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant