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Por mucho que lo intenté, me fue imposible concentrarme. A pesar de haber compartido un buen rato con Enzo cuando él ya estaba más relajado, incluso hablando de cosas que nada tenían que ver con los problemas de su empresa –que ahora parecían afectar también a la fundación–, aquella mañana fue la menos productiva de mi vida.

Fue a media mañana cuando Enzo y yo decidimos dedicarnos cada uno a nuestras tareas, yo yéndome a mi despacho, pero lo que allí hice fue de todo menos avanzar con mi trabajo. Mi mente se encontraba claramente preocupada por el camino que parecían estar tomando los acontecimientos y no me gustaban nada ni la demanda que habían interpuesto sobre su empresa ni lo mucho que estaba afectando tanto a Enzo como a la propia fundación.

La curiosidad profesional y la preocupación personal me hicieron indagar en el código jurídico penal y comercial de Australia. El desconocimiento obvio que tenía sobre el mismo y la casi nula capacidad que tenía para ayudar a Enzo en cuanto a temas legales en ese tema se referían, me tenían realmente frustrada conmigo misma. Efectivamente, comprobé que, cuando existe sospecha de fraude fiscal o empresarial en el país, se bloquean las cuentas de la empresa demandada. Quizás en otros casos fuese una medida ejemplar a seguir por otros países, pero en aquella ocasión en la que la demanda era una sucia manera de perjudicar falsamente a Enzo y a su empresa no tenía sentido.

Lo único que me quedaba por hacer era confiar en los abogados que Enzo tenía en el gigante de Oceanía, aspecto que me costaba a pesar de saber con certeza que seguramente estaría rodeado de los mejores juristas del país. Tan solo me quedaba esperar a que las cosas se solucionasen lo antes posible. Podía, quizás, centrarme en otra cosa, en conseguir nuevos inversores o que los que habían perdido su confianza la recuperasen, así que decidí concentrarme en eso.

Hablé con Alessandro y él se comprometió a hablar con los inversionistas retirados mientras yo ayudaba al departamento financiero en la búsqueda de nueva financiación privada. Enseguida llamé a mi padre, quien sabía que colaboraba con varias fundaciones y seguramente conociese a gente que pudiese ayudarme. Estaba en plena preparación del turno de comida, así que me prometió que en unas horas me llamaría para hablar con más tranquilidad y ya con algunas ideas o contactos. También llamé a mi madre, pues desde la galería de arte que gestionaba se hacían en ocasiones subastas solidarias y quizás también podía conseguirme contactos de posibles inversionistas interesados en colaborar con la Fundación.

El día fue realmente estresante, acabando incluso más tarde de lo que me correspondía y con un notable dolor de cabeza que sabía que iba a acompañarme durante un buen rato. Para colmo, Enzo había tenido que irse a la sucursal para gestionar todo lo que su empresa tenía en aquel momento entre manos y me avisó de que, seguramente, no pudiésemos vernos hasta el día siguiente. En cuanto llegué a casa aquel lunes, agotada como si hubiese corrido la maratón más dura del planeta y con la sensación de haber consumido toda la energía de la semana, me tumbé en el sofá sin ni siquiera comer nada, quedándome dormida pocos minutos después.

El creciente sonido de mi teléfono móvil fue el que me despertó ya bien entrada la tarde. El sol incluso parecía no querer tardar demasiado para iniciar su ocaso. Me llevé rápidamente la mano a la cabeza, comprobando que, a pesar de haber disminuido ligeramente, el dolor de cabeza seguía ahí. Alcancé rápidamente el teléfono y, tras ver que se trataba de mi madre, descolgué.

–Mamá... –saludé sin más.

–Hija... menuda voz tienes. ¿Estás bien? –preguntó enseguida con cierto tono de preocupación materna.

–Sí, me acabo de despertar de la siesta. ¿Todo bien?

–Llamaba para proponerte que cenásemos juntas. He conseguido mesa en un buen restaurante de la ciudad y me gustaría explicarte a lo grande lo que tengo en mente para ayudarte con fondos para la fundación.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now