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Me sentía todavía mareada. La ambulancia llegó en a penas cinco minutos y media hora después ya me encontraba en la cama de una habitación tras haberme hecho un TAC y una analítica –a la espera de los resultados–, acompañada por Ana. Las relucientes e inmaculadas paredes blancas, del mismo color que los azulejos brillantes del suelo a los que se sumaban la blanca e intensa luz, tampoco ayudaban a mis sentidos. La cabeza seguía doliéndome a horrores y el nerviosismo de Ana no lograba tranquilizarme.

–Dios mío, espero que todas las pruebas salgan bien –escuché que decía la canadiense–. Como me encuentre con el tipo que te empujó, te juro que le arranco los ojos.

No pude evitar reírme un poco por su macabra ocurrencia, aunque dejé de hacerlo de inmediato al sentir punzadas en mi cráneo.

–Seguro que todo estará bien –dije yo.

Y es que realmente me sentía confiada. Mi mente tan solo estaba en un lugar, y era en la sala del resort en la que Enzo seguramente ya habría terminado de realizar su presentación. Tan solo deseé que le hubiese salido bien y que les hubiese demostrado a todos el bien que la fundación podía aportar al proyecto con su convenio.

–¡Ay, mira! –escuché que se exaltaba Ana mientras miraba su teléfono móvil– Mi padre acaba de decirme que viene para aquí con Enzo. Deben de estar al llegar.

–¿Ha dicho algo de la presentación? –quise saber, poniéndome nerviosa de repente.

–No. Pero no te preocupes por eso, estoy segura de que Enzo lo habrá hecho de diez. Se nota que le gusta su trabajo y que lucha mucho por la fundación, y eso es más que suficiente –le halagó, guiñándome un ojo.

Pocos minutos después, dscuché dos suaves golpes en la puerta. En cuanto miré hacia allí, el mareo pareció largarse y todo el dolor que sentía en mi cuerpo se apaciguó al quedarme atrapada en su mirada. Supe que esta era de preocupación al principio, pero vi cómo Enzo se relajaba en cuanto me vio sonreír.

Ana y su padre nos miraban entre extrañados y conmovidos, pero me dio igual que nos viesen mirarnos de aquella manera. Sin tapujos ni fingidos disimulos. Nunca me había alegrado tanto de verle y no podía contener dicha emoción.

–Vamos a dejarles solos, papá –le dijo Ana a su padre, cogiéndolo del brazo–. Si nos necesitáis, estaremos aquí afuera –nos informó–. No nos iremos hasta que sepamos algo de los resultados.

–Gracias, Ana –le agradeció Enzo de corazón cuando se cruzaron en la puerta–. Sin ti, no sabría qué hubiésemos hecho.

–No hay de qué –contestó la morena sonriente y sincera–. Dado que seguramente acabemos siendo socios en el proyecto de Indonesia, tómalo como un acto de lealtad –bromeó, pero nada más cerca de la verdad.

Cuando finalmente el padre y la hija salieron de la habitación, Enzo llegó hasta a mí, dando un suave y cauteloso beso en mis labios. Uno que me supo a poco a pesar de su dulzura y calidez.

–¿Cómo te encuentras? –quiso saber mientras se sentaba en la butaca que se encontraba justo al lado de la cama en la que estaba recostada.

–Mejor –contesté. Y no quise decirle que era porque él estaba allí, dado que se hubiese sentido erróneamente culpable por no haber venido conmigo en la ambulancia–. ¿Qué tal ha ido la presentación? ¿Sabes algo más de aquel hombre que intentaba boicotear la presentación? –pregunté con insistencia.

Él suspiró, pareciendo realmente agotado. Sin embargo, me llamó la atención su triste semblante de culpabilidad.

–La presentación ha ido bien, la verdad. Y aquel hombre está detenido en los calabozos. No obstante, parece un simple peón y no tenemos pruebas que le relacionen con nadie –me explicó decepcionado.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now