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Un cuarto de siglo.

La última semana de junio avanzó hasta casi el fin de semana con rapidez pese al calor –por el cual acabé yendo las tardes que tuve libres a la playa con Carla y Mónica– y, con ella, mi vigesimoquinto cumpleaños estaba a apenas un día y unas horas de producirse. Pero a diferencia de lo que quizás habría imaginado hacía algún tiempo, no tenía ningunas ganas de celebrarlo.

Mi plan para el día de mi aniversario, que ese año caía en sábado, era ir a comer con mis padres y pasar la noche con mis amigas en mi casa, una noche exclusivamente femenina que estaba segura de que nos vendría genial a todas. Con David quedé el jueves para cenar, pues el fin de semana debía hacer guardia en el hospital y no podría pasarlo conmigo. Un plan de cumpleaños que hacía unos años me hubiese parecido el idóneo para una octogenaria.

El jueves, tras una semana algo más tranquila a la anterior y sin a penas horas extra que realizar, salí de la oficina ulteriormente a una reunión informativa sobre un caso importante al que debería dedicar todo mi tiempo a partir de la siguiente semana, cuando me reuniría con el cliente y la dirección del bufete. A pesar de llevar tan solo unos meses allí, me agradaba la confianza que depositaban en mí, encargándome algunos de los casos más sustanciales para el despacho. Me sentía motivads a hacer mi trabajo lo mejor posible, aunque eso supusiese disminuir mi tiempo libre. Me sentía realizada y feliz con lo que hacía, así que eso tampoco suponía un gran sacrificio –además, así mantenía mi mente distraída–.

Sin embargo, a pesar del éxito que sentí haber tenido durante aquellos últimos días en el ámbito profesional, mi estado de ánimo era más bien bajo. Eso era así desde la inauguración del restaurante de mi padre de hacía unos días. Enzo había conseguido perturbarme aquella noche con su simple presencia para luego darme una bofetada de realidad increíble cuando le vi besar a la maldita reportera. Le había visto mil veces en crónicas de la prensa rosa con otras mujeres en Australia, las cuales al principio dolían demasiado, pero que poco a poco fueron fáciles de obviar. Verle a pocos metros de mí tan sonriente, tan impresionante, tan tentador y seductor con otra mujer provocó que un enorme océano de celos y de agua helada se apoderase de mi corazón.

Decidí desde entonces evitarle y, por suerte, no tuve noticias de él desde aquella noche. Aún así, el italiano cabrón había estado presente en mis pensamientos en cualquier descuido que tuviese, los que esperaba que cada vez fuesen menos recurrentes para poderme centrar en mi relación con David, la cual parecía ir bien.

Cogí el primer autobús que llevaba a la zona marítima para acortar la distancia a pie con mi casa. A penas veinte minutos después, me encontraba sobre la isla de mi cocina, comiéndome una abundante y fresca ensalada de pasta con el aire acondicionado refrescando mi todavía sofocada piel. De pronto, mi móvil vibró sobre el mármol. Mi corazón dio un vuelco igual que lo había hecho cada vez que mi teléfono sonó en los últimas jornadas, pero me tranquilicé al ver que se trataba de David.

No era habitual que él pudiese salir antes del trabajo y me alegró saber por sus mensajes que ya estaba en su casa y que tenía una sorpresa preparada para mí aquella noche. No obstante, estaba tan cansada que tuve que pedirle que quedásemos un poco más tarde para poder echarme una buena siesta, la cual al final fue de un par de horas.

Cuando desperté, tuve el tiempo justo para darme una ducha y ponerme aquel ligero y vaporoso vestido blanco que tan bien me sentaba. Casi a las ocho, y ya con bastante retraso, llamé a un taxi para llegar a casa de David lo antes posible, aunque el típico tráfico que se formaba en la ciudad al haber miles de personas que volvían del trabajo a sus casas de los pueblos costeros cercanos, me hizo llegar incluso más tarde de lo que ya creía.

–Lo siento, se me ha hecho tarde –me disculpé con David al llegar a su apartamento, dándole un beso de forma apresurada.

–Tranquila, no te preocupes –me hizo saber él, tan amable y comprensivo como siempre–. ¿Qué tal va la semana?

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora