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Salí del baño algo tarde. Me había entretenido más de lo que imaginé e iba a llegar con bastante retraso a la comida de cumpleaños que tenía con mis padres. Una ligera sonrisa se había apoderado de mis labios desde que había despertado, una que iba acompañada por una extraña aunque agradable sensación en mi estómago que nada tenía que ver con el malestar que el alcohol seguía produciendo en mi organismo. Una que bien sabía a qué –o quién– se debía cada vez que miraba el brazalete que ni siquiera me quité para dormir aquella noche.

Hacia meses que no lograba sentirme así; que no sentía esa agradable incertidumbre sobre cómo se sucederían las cosas a partir de aquel momento. No tantos días atrás, estaba convencida de que, el que sabía que había sido el amor más intenso de mi vida, había desaparecido de la misma para estar a miles de quilómetros de mí. Ahora, estábamos de nuevo en la misma ciudad y, dado nuestro historial de encuentros casuales, podíamos volver a encontrarnos en cualquier momento, en cualquier lugar. Y esa posibilidad era la que me generaba ese algo parecido a la ilusión que iba mezclado con las ansias de volver a verle.

Me puse un fresco y cómodo vestido veraniego de color amarillo, me dejé el pelo suelto y mojado y salí de casa con un paraguas para pedir un taxi, que por suerte pasaban de forma bastante frecuente por mi calle.

El cielo estaba completamente cubierto por oscuras nubes, unas entre las cuales debían estar pasando cantidades inimaginables de aire calentado por rayos que, al mezclarse con el aire más frío del entorno, generaba las ondas de choque que envolvían a la ciudad con el estruendo de los truenos. Pero a pesar del mal tiempo y del bochorno que aún así hacía, para mí ese sábado era un gran día –y no solamente porque fuese mi cumpleaños o Enzo hubiese vuelto a mi vida de algún u otro modo–.

Por primera vez desde hacía años, mis padres habían accedido a comer juntos conmigo para celebrar mi día y eso me hacía especial ilusión. No es que quisiese o pensase que fuesen a volver como pareja, porque eso era imposible, pero desde que se divorciaron tuve la esperanza de que, al menos, pudiesen llevarse bien. Cierto es que últimamente parecían haber recuperado una buena relación, tras su reencuentro en mi graduación hacía ya un año, pero quería por encima de todo que el rato que estuviésemos los tres juntos aquel tormentoso día de verano, fuese cómodo y agradable para los tres.

Cuando llegué al restaurante en el que habíamos quedado –bastante tarde–, me alegré al verles ya sentados en la mesa, charlando animadamente. Sabía que si eso era posible era por el cambio que mi madre había hecho en su actitud, pues mi padre, a pesar de haber sido el engañado en su relación, jamás había tenido un mal gesto o mala palabra hacia a ella. Mi madre había hecho un gran esfuerzo en cambiar ciertos aspectos de su forma de actuar que a veces podían resultar incómodos. Nuestra relación había mejorado bastante desde entonces. Debía reconocerlo.

Me recibieron cantándome el cumpleaños feliz, avergonzándome ante los demás comensales durante algunos segundos, pero estaba tan feliz de poder compartir aquel momento con ellos, juntos, que me dio igual ser el centro de la mayoría de las miradas.

La comida fue avanzando entre la comodidad de nuestras conversaciones y unos platos exquisitos, pero verdaderamente mi mente estuvo algo distraída durante la mayoría del tiempo. En mi cabeza no paraban de resonar todas las cosas que Enzo me había dicho la noche anterior: la forma de saludarnos, cuando casi me acorraló en el baño para entregarme el brazalete, cuando se acercó a mí en el momento en el que el alcohol causó su efecto depresivo en mí, cuando quiso parar lo que hacíamos en el fotomatón o cuando me acompañó a casa.

Me moría de ganas de volver a verle o de poder hablar con él, así que aproveché que mis padres estaban enfrascados en una apasionada conversación sobre gastronomía mediterránea para mandarle un mensaje. Me contestó al instante.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now