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Sin duda, resultó ser la noche que no supe que tanto necesitaba. Tras conseguir uno de los orgasmos más intensos de mi vida, Enzo y yo nos pusimos a ver un rato la televisión entre abrazos y arrumacos. Me encantaba poder estar con él de aquel modo, ajena al resto del mundo y sin preocuparnos de nada más que de disfrutar de nuestros besos, caricias y cercanía.

Toda la tensión, la ansiedad y la preocupación que la celebración de aquella gala –y la situación con Enzo– había suscitado en mí durante prácticamente toda la semana, se había esfumado por completo.

Mi cuerpo, recostado casi por completo sobre el sofá, se apoyaba en el pecho de Enzo, quien se encontraba sentado y con uno de sus brazos rodeándome, acariciando sin cesar la mano que parecía no querer soltar en años. La película que se emitía en la televisión parecía interesante, pero mi atención tan solo podía centrarse en él. En su calor. En su suave tacto. En cómo su calmada respiración provocaba que mi cabeza se balancease en un suave vaivén que comenzaba a hacer pesarosos a mis párpados.

–¿Te duermes? –preguntó Enzo con una apacible voz.

–No... estoy bien –contesté justo antes de que un bostezo traicionero se implantara en mi boca.

–No poco –se rio él–. En realidad es tarde. Podemos ir a la cama, si quieres.

–No, estoy bien. Me gusta estar así –le hice saber pese a estar realmente cayéndome de sueño.

–En la cama también puedo abrazarte. Y hacerte otras muchas cosas –me provocó mientras subía la mano que tenía agarrada y comenzaba a dar húmedos besos en ella.

–¿No ha tenido suficiente con lo de antes, señor Ferrara? –jugué, pareciendo recobrar la vigilia parcialmente.

–Contigo nunca. Podría ser el hombre más feliz del mundo tan solo teniéndote a ti y a una cama.

Ambos reímos.

–No sé si eso es romántico o roza la psicopatía –le hice saber algo contrariada por su comentario.

–Tienes razón –me dio la razón–. Además, tengo tantas cosas en mente contigo que una cama se me quedaría corta.

El calor comenzó a apoderarse de mi cuerpo una vez más, mientras ese placentero cosquilleo que tan solo él era capaz de despertar en mí recorría mis piernas, mi estómago y mi zona más íntima.

Me revolví en el sofá, obligada por las sensaciones que Enzo me provocaba. Acabé por sentarme a su lado, todavía rodeada por el brazo que ahora me acercaba a su cuerpo mientras sentía como inhalaba con fuerza. Sabía que Enzo se estaba excitando tan solo con la anticipación de lo que podía volver a pasar y no pude evitar reírme al mirar el reloj.

–Enzo, son las cuatro de la mañana. ¿En serio? –reí.

–¿Cuándo bromeo yo? –cuestionó haciéndose el ofendido– No hay remedio para las ganas que tú provocas en mí, Lara. Pero no te hagas la dura, que sé que sientes lo mismo que yo.

–Está usted muy seguro de eso –bromeé.

–Mírame y niégamelo –susurró cogiendo mi rostro tan solo con dos dedos que posó bajo mi barbilla, obligándome a mirarle a los ojos.

Sin embargo, mis ojos enseguida se desviaron a la boca que tan solo unos pocos centímetros separaban de la mía. Lamí mis labios de forma inconsciente antes de tragar fuerte, sintiendo que era completamente incapaz de resistirme a los suyos. Esos labios cálidos y dulces que tan bien sabían besarme.

Pero el sueño me traicionó y un nuevo bostezo abrió mi boca antes de que pudiese tapármela con las manos, avergonzada. Enzo se separó ligeramente de mí, al principio algo contrariado, aunque enseguida estalló en una dulce carcajada que todavía hizo que me ruborizase más.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu