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La semana más larga de mi vida al fin parecía estar llegando a su fin. Tras unos días repletos de trabajo y horas de más dedicadas al curso de formación, al fin había llegado el día de la subasta. Parecía que nunca iba a hacerlo. Tanto para mí, como para Enzo e incluso para la mayoría de personas que trabajaban en la fundación, aquella subasta supondría el fin de nuestros problemas financieros junto al desbloqueo de las cuentas de la empresa de Enzo, que era la principal fuente de financiación. Todo lo que se recaudase iba a ir íntegramente a los proyectos de la fundación, así que contra más beneficios, más ayudas serían posibles en nuestros proyectos.

Me sentía realmente nerviosa, quería que todo saliese a la perfección, pero teníamos todos los números de que así fuese. Varias personas influyentes del panorama nacional iban a asistir a la subasta y la mayoría de las obras subastadas de forma benéfica eran grandes creaciones de destacados artistas del panorama internacional. Además, tanto la organización del evento como mis padres en persona, se habían involucrado a fondo en el acto y eso tan solo podía ser indicador de éxito absoluto.

Debía estar en la galería una hora antes del inicio del evento, para acabar de ayudar con los últimos preparativos. Mi madre estaba, como de costumbre, de los nervios y me sentía en la obligación de ayudarla en todo lo que estuviese en mi mano. Al fin y al cabo, aquella subasta se celebraba por mi culpa.

Carla llevaba unos días algo decaída, lo que no era para nada normal en ella, así que le pedí que viniese conmigo para ayudarme, aunque realmente se lo dije para hacer que al menos se sintiese distraída y evitase darle más vueltas a lo que fuese que la tenía en aquel estado.

Ambas nos encontrábamos todavía en casa, acabando de arreglarnos para salir. El código de vestimenta para un acto así en el que iban a estar presentes tanto la prensa como grandes empresarios o grandes fortunas, era de etiqueta y ambas tuvimos que ponernos vestidos de noche y altos tacones. Debido a mi papel también profesional de aquella noche, escogí para ponerme un vestido elegante y negro, de escote tipo barco y tirantes caídos, ceñido a la cintura y a las caderas con una sugerente aunque discreta abertura que comenzaba justo encima de la rodilla.

Carla se había decidido por un precioso vestido de tirantes de falda vaporosa azul noche y un escote pronunciado. Le quedaba genial. Nos encontrábamos en el baño del apartamento, acabando de peinarnos y maquillarnos. Yo la miraba a través del espejo y me percaté de que a cada segundo que pasaba, más nerviosa parecía ponerse. Sus ojos a penas parpadeaban y pude ver cómo apretaba la mandíbula cada vez más. De pronto, soltó un fuerte soplido y liberó con enfado los mechones de pelo que parecían resistirse al semirecogido que estaba haciéndose.

–Maldito pelo de mierda –gruñó malhumorada, aunque ambas sabíamos que su alterado estado de ánimo no se debía a lo rebelde que pudiese estar su cabello aquella tarde.

–Trae, yo te ayudo –le dije, pues yo ya hacía rato que había terminado con el mío.

Me coloqué frente a ella, quien se giró hacia a mí, y comencé a ondular sus mechones para después sujetarlos ligeramente con pequeñas horquillas, dejando que abrazaran su rostro. Carla desviaba su mirada en cuanto se encontraba con la mía y eso solo podía ser indicativo de que había algo que no quería hablar conmigo.

–Carla, ¿qué pasa? –acabé preguntándole con suavidad.

–Nada, tonterías –respondió ella sin más, volviendo a suspirar por milésima vez aquella tarde.

–Nunca te he oído suspirar tantas veces en tan poco tiempo. Algo te pasa y quiero ayudarte –insistí.

–Tienes suficiente presión encima como para que te moleste con mis chorradas –se justificó fingiendo una sonrisa, intentando quitarle importancia al asunto.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now