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El mundo se me estaba viniendo encima, y parecía estarlo haciendo demasiado deprisa. La mirada que Enzo me estaba dedicando al verme con Marcos se había clavado sobre la mía, mostrándome una decepción y una confusión que se incrustaba en mi piel como afiladas y dañinas dagas. Mi cuerpo se encontraba completamente paralizado. A pesar de que escuchaba que Marcos me estaba diciendo algo, era incapaz de centrarme en el significado de sus palabras. Lo único que me importaba era ir con Enzo y hablarle, tocarle y decirle que todo iba bien, pero mi cuerpo parecía no querer reaccionar.

De pronto, Enzo desvió sus ojos hacia a bajo, acompañando su gesto con una negación que me heló la sangre. Su cuerpo, abatido, se dio la vuelta. Sentí que si le dejaba marchar le perdería una vez más y no quería que eso ocurriese cuando sentía que más le amaba. No ahora. No cuando mejor habíamos estado y más le necesitaba a mi lado.

Al fin, mis piernas reaccionaron y salí detrás de él, corriendo como si mi vida dependiese de ello –aunque, en cierta forma, así era–. Me importaba más bien poco que Marcos se quedase atrás y que estuviese pronunciando mi nombre para intentar retenerme. O que las personas junto a las que pasé antes de llegar a la entrada se me quedasen mirando extrañados.

Cuando salí a la calle, me costó encontrarlo. La suave brisa de la noche acarició mi rostro, despejando mis sentidos ligeramente, pero fue como si, de repente, el mundo se hubiese hecho todavía más gigantesco. Como si ver a Enzo en aquella inmensidad se me hiciese imposible. Mi mirada recorría cada rincón de la calle, desesperada, pero fui incapaz de identificar nada hasta que, como si una fuerza extraña me empujase a ello, reconocí cómo su espalda giraba la esquina del aparcamiento que se encontraba detrás de la galería.

–¡Enzo! –grité– ¡Enzo, espera! –volví a vociferar al percatarme de que no se detenía ante mi llamada.

Volví a correr hacia a él. No tenía ni la más mínima intención de dejar que se marchase sin mí. Cuando doblé la esquina, le vi a algunos pasos de mí y seguí corriendo. Fue casi como si se tratase de un sueño. De esos en los que, por mucho que corriese, pareciese imposible alcanzarle. Fueron unos segundos eternos, como si todo estuviese ocurriendo a cámara lenta. Antes de que Enzo llegase al que reconocí que era su coche, le agarré del antebrazo, provocando que al fin detuviese su marcha.

Me quedé allí, quieta y sin soltarle del brazo, pensando que, si lo hacía, volvería a desaparecer. Mis pies ardían por haber corrido con aquel par de tacones, pero me dio igual. Ni siquiera me importaba aquel dolor físico. Su cuerpo, de espaldas, se erguía frente a mí, tenso y sintiendo la forma en la que su respiración algo acelerada expandía la musculatura de su espalda.

–Enzo, yo...

–¿Por qué no me dijiste lo de Primor Corporaciones? –preguntó interrumpiéndome. Pero su voz ni siquiera sonaba molesta. De hecho, no mostraba ninguna emoción, y eso me aterrorizó.

–¿Qué? –Eso fue lo único que fui capaz de pronunciar. Me sentí tan bloqueada que ni siquiera supe en ese momento a qué se refería con aquel nombre que pertenecía a la filial de Marcos Sanz, mediante la cuál quiso hacer su donación a la fundación. La misma que aquella noche había sabido que, finalmente, no había sido posible y por eso, en teoría, se encontraba en la subasta.

–No te hagas la tonta, Lara. –Esa vez sí que sonó molesto, y al fin se giró hacia a mí. Su cuerpo quedó frente al mío, haciéndome sentir una vez más pequeña e indefensa a su lado. Su figura me impuso mucho, pero no tanto como la helada mirada que me dedicó entonces– Vi el documento en tu despacho el viernes –explicó.

Bien. Todo iba a ir bien. Todo era un simple mal entendido y un fallo mío por no habérselo contado, pero tenía que tener solución. Algo así no era suficiente para alejarnos. O eso creía al menos.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now