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–¿Te apetece tomar algo? –me preguntó.

Lara al fin había cedido a abrirme la puerta y no podía sentirme más dichoso. Haber ido a su apartamento, tras llamar a un contacto del ayuntamiento para saber su dirección, había sido una decisión algo arriesgada. Incluso estuve casi convencido de que lo más probable hubiese sido que me echase a patadas de su casa, pero al parecer –y pese a seguir enfadada– continuaba siendo la misma Lara bondadosa y generosa que tanto me había enamorado.

Sin embargo, cuando abrió la puerta–y a pesar de que en un primer momento sentí ganas de besarla desesperadamente al verla con ese pijama tan corto– percibí una punzada en el pecho al darme cuenta de que sus vidriosos ojos mostraban que había estado llorando, a pesar de que su rostro parecía estar recién lavado. Estaba casi convencido de que era por mi culpa y no había nada en el mundo que me doliese más que verla llorar –y más si era por mí–.

–Enzo... ¿sabes hablar? –escuché que pronunció ella con cierta diversión mezclada con nerviosismo, haciéndola sonar ligeramente enojosa.

–Sí, perdona... he traído esto –dije enseñándole la botella de champagne que había comprado de camino.

–¿Cómo sabías que te iba a abrir la puerta? –quiso saber ciertamente molesta, imaginando cómo ella estaba sintiendo por momentos que me lo había puesto demasiado fácil.

–No lo sabía –me sinceré–. O la compartía contigo o me la bebía yo solo en casa.

Ella sonrió. Estaba tan preciosa cuando lo hacía que me quedé literalmente embobado mirando su rostro intentar desdibujar aquel gesto que tanto me gustaba. Cierto era que había estado con varias mujeres en Australia durante los últimos meses, pero ninguna me pareció ni una pequeña parte de lo bella que era Lara para mí. Y eso, obviamente, sin mencionar que no sentí nada por ninguna de ellas.

Su cabello rubio, sus algo rasgados ojos verdes , sus rojizos y gruesos labios, sus rosadas mejillas, las tímidas pequitas que asomaban por el sol en su nariz, su cuerpo... toda ella era lo único que quería en mi vida a pesar de sentir que yo no era lo suficiente hombre para merecerla.

Lara se acercó a mí para coger la botella una vez colocó dos copas frente a nosotros y forcé que nuestros dedos se rozasen cuando lo hizo. Aquel simple contacto pareció calmar la angustia que vivía en mi pecho desde la noche en la que la dejé en aquella sala de baile con sus amigos. Jamás me perdonaría haberle hecho algo así por mucho que en aquel momento pensase que era lo mejor.

Me desesperé sintiendo que yo jamás podría hacerla feliz; que lo único que ella conseguiría estando conmigo sería perder su esencia, su alegría y esa sonrisa que tanto alegraba el día de cualquiera que la viese. Una vez más, me sentí indefenso, inseguro y contrariado ante la cantidad de sentimientos que ella hacía crecer cada día en mí. Cobardemente, lo único que supe hacer entonces fue huir e intentar fingir una vida en Australia que lo único que hizo fue hacerme sentir desgraciado.

Por suerte, la había encontrado aquella noche en el festival y, pese a cagarla una vez más, me recordé a mí mismo la razón por la que estuve, estaba y estaría dispuesto siempre a intentar ser una mejor persona: ella.

Lara rozó mis dedos con delicadeza, sacándome de mis pensamientos, recordando lo finos, suaves y fríos que siempre estaban –pese a estar ya en verano–. La escuché suspirar y supe por su gesto que estaba algo incómoda con la situación, aunque no podía culparla.

Sus manos temblaron ligeramente mientras servía las dos copas, pero no quise decirle nada. Por una vez, pude ver que cualquier comentario desafortunado podría provocar que explotase o que la noche se torciese incluso antes de comenzar.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now