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Lara continuaba encerrada en su jaula y cada vez que me acercaba a ella seguía viendo cómo sufría por mi culpa. Aquella noche la vi aparecer en la sala Heaven, dubitativa e incluso algo asustada por la oscuridad del lugar, y todo su cuerpo desprendía esa aura de seducción que siempre me había transmitido.

Cuando sus ojos se percataron de mi presencia, observando mi cara, no pude evitar que mis piernas y mis manos temblasen como cada vez que la veía. Aquella mañana no habíamos acabado de la mejor manera al aparecer en su trabajo por casualidad y no tenía claro si estar en su fiesta iba a ser o no agradable para ella. Aunque yo mismo la hubiese preparado junto a Carla, si estar allí iba a suponer un problema para Lara, estaba dispuesto a irme. Pero tras sonreírme, todo mi ser pareció relajarse al instante.

Cuando la seguí hasta el baño para darle mi regalo de forma privada, sentí cómo la cercanía entre ambos despertaba el delirio de nuestra piel, pero una vez más huyó de mí. El único culpable de que ella creyese que ya no tenía un lugar en mi mundo y de que se arrepintiese de esos momentos que compartíamos llevados por nuestros deseos, era simplemente yo. Me dolía saber que pensase que yo podría vivir sin ella; sin sus besos o sus caricias; sin esa mirada que me hacía ver la luz del sol cada vez que la miraba.

Entendía que, a causa del dolor que yo provoqué entre nosotros, creyese que lo nuestro no podía volver a ser. Pero cuando miraba y rebuscaba en lo que su cuerpo y su mirada me decían, veía el deseo que su cuerpo seguía sintiendo por el mío; el profundo amor que, estaba seguro, continuábamos compartiendo.

Varios minutos después de que Lara me dejase destrozado en aquel baño tras el increíble beso que nos habíamos dado –con el cual sentí volver literalmente a la vida–, salí del mismo cuando dos chicas abrieron la puerta mirándome con mala cara.

La vi bailar, reír y fingir con sus amigos. Sabía que le había estropeado la noche y eso me hizo sentir fatal. Sin embargo, el hecho de ver cómo de vez en cuando acariciaba el ópalo del brazalete que le había regalado mientras sonreía, hizo albergar en mi interior una mínima esperanza que me convenció para no rendirme.

Sin duda, Lara merecía la pena y no me importaba el tiempo que necesitase para volver a aceptarme en su vida; las veces que tuviese que ir tras ella para ir demoliendo poco a poco esos muros que lo único que pretendían era protegerla del miedo que me había confesado que tenía de volver a perderme. Pero eso no iba a volver a ocurrir, porque no tenía la intención de separarme de ella nunca más, ocurriese lo que ocurriese. Y debía demostrárselo.

Me quedaban tantas cosas que vivir y compartir junto a ella que estaba dispuesto a cualquier cosa. Solo ella había conseguido despertar en mí esas sensaciones tan primarias que me hacían enloquecer y, justo por eso, no pensaba rendirme.

La noche fue pasando, sin dejar de observarla en ningún momento. No sé si fue el alcohol o el buen ambiente que en realidad allí se respiraba, pero Lara volvió a sonreír de verdad, a bailar, a saltar y a disfrutar de una fiesta que merecía como nadie.

Decidí dejarla tranquila un rato, liberándola de mi contemplación para dedicarme a charlar con mi hermano, Mateo y algunas otras personas que conocí allí aquella misma noche.

No obstante, y tras perder la noción del tiempo, mi mirada volvió a ella cuando la vi sentada en una mesa: sola, bebiendo, con un semblante más serio que de costumbre y pareciendo querer pasar desapercibida al haberse sentado en el lugar más oscuro de la sala. Sin embargo, que Lara pasase inadvertida para mí era completamente imposible, y aunque quizás no iba a salir nada bueno de aquel acercamiento, me dirigí hacia a ella.

–Es mi cumpleaños y todo el mundo parece estarlo pasando genial menos yo –dijo en cuanto llegué a su lado con cierta torpeza en su pronunciación debida al estado etílico en el que estaba, aunque sin mirarme–. ¡Y me alegro! Total, ¿a quién le iban a interesar mis mierdas ahora?

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now