.54.

2.8K 268 113
                                    




Por fin terminaba aquella larga y dura jornada. Había estado sin parar desde las siete de la mañana, la hora a la que salí de casa –pareciéndome que habían pasado días enteros–. Aquel jueves tuve una agotadora jornada de trabajo y, además, por la tarde tuve que asistir a un curso de formación de casi seis horas que se me hizo interminable. Llevaba varios días agotada por el trabajo, estresada con la situación de la fundación y la subasta, pero aquel día fue matador. Al menos parecía que las cosas comenzaban a ir algo mejor, pero todo estaba resultando ser un sobreesfuerzo para mí.

Salí del centro en el que se había realizado el curso prácticamente a las nueve de la noche y todavía debía volver a casa. El bochorno que se sentía en la calle era insoportable, incluso con el sol más allá del horizonte. El asfalto de la ciudad parecía querer escupir el calor que había soportado durante el día a esa precisa hora. No tuve fuerzas para ir hasta la parada del bus urbano o del tranvía y esperar a que este llegase –el metro ni si quiera era una opción con esos calores–, así que decidí parar al primer taxi que pasó frente a mí con la luz verde para que me llevase, por fin, hasta a casa.

En poco más de diez minutos llegué. Al fin. Tan solo deseaba darme una buena ducha fría e irme a dormir sin ni siquiera cenar nada. Estaba tan agotada que me di cuenta de que caminaba prácticamente arrastrando los pies, y es que los pocos pasos que me separaban del portal y luego del ascensor me parecieron difíciles montañas cuyas cumbres parecían imposibles de coronar.

Saqué las llaves con pereza una vez llegué delante de la puerta del apartamento, dejándolas en la pequeña cesta del mueble del recibidor en cuanto entré mientras lanzaba mis tacones lejos de mis pies –me dolían horrores–.

–¿Lara? –preguntó Carla desde la sala de estar.

–No, soy un ladrón –bromeé, aunque sin gracia.

Mi amiga vino hacia a mí enseguida, sonriente como siempre. Admiraba la energía que desprendía incluso después de difíciles jornadas que estaba segura de que ella también tenía a veces. A Carla parecía que nunca nada la agotaba y siempre había admirado eso de ella.

–Vaya, pareces estar destruida –comentó al verme, acercándose a mí y cogiéndome el bolso para colgarlo ella misma. Ni siquiera Carla me vio capaz de ello.

–Sí... estoy agotada –confirmé–. Están siendo unos días algo difíciles.

–Ya, imagino... ¡Pero este sábado con la subasta ya te quitarás algo de encima! –me animó– Estoy segura de que a partir de entonces, todo irá yendo cada vez mejor.

–Eso espero, porque comienzo a sentir que llego a mi límite –comenté comenzando a caminar hacia el baño.

–¡Espera, Lara! –me paró ella, cogiéndome suavemente del brazo– Necesito que vengas un momento a ver una cosa a la terraza.

–¿Es realmente necesario? –me quejé tras resoplar– Necesito una buena ducha y dormir.

–Sí, es realmente necesario –confirmó ella, agrandando su sonrisa–. Vamos, ya verás que te gustará –insistió esta vez tirando ligeramente de mí.

–De acuerdo. Como sea una tontería de las tuyas, te aseguro que me las pagarás –la amenacé sin fuerzas, haciéndola reír.

Toda la pesadez que sentían mis ojos se desvaneció en cuanto vi la mesa de la terraza puesta con gusto, adornada con un precioso ramo de flores y velas.

–¿Qué es esto? –quise saber.

Pero no tuve tiempo de girarme hacia mi amiga en busca de una respuesta. Dos grandes, varoniles y conocidas manos se posaron sobre mis ojos, tapándolos con una delicadeza y un cariño que solo podían pertenecer a una persona; a la única que necesitaba en ese momento para sentirme mejor; al hombre que más amaba en el mundo y que tanto había echado de menos durante aquella dura semana.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Where stories live. Discover now