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Ya era oficial. Había tenido el típico día de mierda en el que solo quería llegar a casa, quitarme la ropa y llorar un buen rato sobre mi cama.

Después de pasar casi media hora en el baño de la planta principal y ya con Enzo fuera del edificio –aunque no de mi mente–, volví al despacho con la idea de rechazar el caso. Sin embargo, en el poco rato que pude pensar con más tranquilidad en el ascensor, me di cuenta de que no podía hacerlo. Primero porque mi profesionalidad me lo impedía y la confianza que mis superiores habían depositado en mí no podía verse traicionada porque me fuese a ser incómodo trabajar con el contratante. Y segundo porque, en realidad, la propuesta de la Fundación Biomédica Ferrara me parecía cuanto menos interesante, con un trasfondo de ayuda social que me motivaba a más no poder.

Además, y tras poderlo hablar con más tranquilidad con Alicia, ella misma me informó de que mi contacto directo sería Toni, no Enzo, y que al presidente de la fundación –o sea, él– solo debería verle de nuevo el día de la presentación final de las medidas aplicadas para el contrato mercantil del convenio.

Llegué a mi casa como si mi cuerpo pesara tres veces más que de costumbre y me dirigí de forma directa al baño. Una vez allí, abrí el grifo del agua caliente pese a estar a más de treinta grados en el exterior, dejando que la bañera fuese llenándose mientras me desnudaba.

Cuando vi mi reflejo despojado de cualquier prenda de ropa en el espejo, y sin entender muy bien el por qué, mis pensamientos volvieron a traicionarme para imaginarse cómo mi piel era acariciada por las suaves e ingentes manos de Enzo mientras él mismo besaba cualquier parte de mi piel. Sí, detestaba que aquel tipo de pensamientos me dominasen en cualquier momento, pero aquella vez me rendí a ellos para, una vez dentro del agua y protegida por su calor, mis manos surcasen las zonas más sensibles de mi cuerpo, imaginando que eran las suyas las que me daban placer.

Lo que menos necesitaba en una tarde de viernes como lo fue aquella –después de todas las emociones vividas en las últimas veinticuatro horas–, era quedarme sola en casa. Llamé a Carla para que viniese a hacerme compañía y contarle todo lo que había ocurrido con David la noche anterior. También le hablaría sobre la invasión de Enzo aquella misma mañana en el despacho.

Poco después de comer y todavía con mi pelo mojado, Carla llegó con su característica energía para convertir mi día en algo mucho más positivo de lo que parecía que iba a ser.

–Amiga, tienes una cara de mierda –dijo a modo de saludo sin a penas mirarme mientras atravesaba la puerta del apartamento, la que yo misma sujetaba–. Como mis poderes de bruja súper amiga lo imaginaban, he traído helado y porquerías varias –continuó diciendo mientras dejaba una bolsa del supermercado sobre la encimera de mi cocina–. Y cerveza, por supuesto.

Sonreí. A pesar de ya no vivir juntas, continuábamos hablando a diario y ambas estábamos disponibles para la otra en cuanto nos necesitábamos. Más que una amiga, era mi hermana y siempre habíamos pensado que éramos simplemente almas gemelas.

–¿Te puedes creer que pese a que me acabas de decir que tengo una cara de mierda me has sacado una sonrisa? –pregunté casi para mí misma mientras cerraba la puerta del apartamento y me acercaba a ella.

–¡Claro que me lo creo! Para eso estamos las amigas, para ser sinceras con la otra y hacerlas reír.

Sin ganas de esperar y pese a haber comido a penas hacía unos minutos, abrí una de las bolsas de patatas fritas para coger un buen puñado y llevármelo a la boca. Nada importaba cuántas cayesen por el camino, saciándome de esa estúpida necesidad de comer comida grasienta y ultraprocesada cada vez que me sentía con el ánimo por los suelos.

–Y bien, amiga. Cuéntame –me animó Carla con la boca también llena tras imitar mi tragonería.

–David me ha dejado. –Fui al grano, y ella se atragantó.

Y de nuevo, tú © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora