6. Huellas

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6. Huellas.

Hacía mucho frío en aquella noche a finales de diciembre. Había estado nevando por horas y las montañas y bosques que rodeaban al pueblo se habían vestido de blanco.

A Nomi no le gustaba el invierno. Lo odiaba de hecho. Desde que siendo niña su madre y su hermano recién nacido murieron una noche dura, silenciosa y espectral donde el reflejo de la blanca luna hacía resplandecer la superficie nevada.

La noche cuando su padre, con los ojos rojos por el llanto y sus delgados brazos sosteniendo las figuras inertes de su mujer y su bebé, desapareció por completo. No físicamente, porque su cuerpo seguía presente deambulando de un lado a otro hasta que caía borracho en alguna esquina del poblado. Era su alma la que se había evaporado como el vaho que se desprende con cada aliento exhalado.

Cada vez que esa estación los alcanzaba, temía que ella o cualquiera de sus cuatro hermanos menores sucumbieran también en alguna de las inclementes noches donde las bajas temperaturas los helaba. Sólo vencían al frío que se colaba por las rendijas de su deplorable vivienda gracias a que los cinco dormían juntos en el mismo colchón, dándose calor mutuo debajo de unas lamentables mantas.

Había noches en las que deseaba simplemente, no volver a abrir los ojos. Dejarse llevar por un sueño cálido que la devolviera al pecho de su madre, cuando la vida, aunque humilde y esforzada, era plena.

Sacudió su cabeza escondida en la capucha de su abrigo buscando quitar esos pensamientos mientras dirigía sus pasos hacia su destino. Uno que le deba escalofríos sin importar la temperatura que hiciera a su alrededor. 

La taberna de Nagisa. 

Un horrible lugar donde los más lamentables, desgraciados y despreciables hombres se reunían para beber, apostar y pelear entre ellos.

Ella lo había presenciado desde que con doce años y sin madre, tenía que ir a rescatar a su perdido padre para que al menos durmiera en su casa y no fuera lanzado a la intemperie como un perro abandonado.

No importaba que hubieran pasado cinco años de rutina. Siempre se le revolvía el estómago cuando estaba por atravesar las puertas que engullían cualquiera atisbo de humanidad. Temía todo en ese lugar. Los gritos, el olor a sudor, humo y alcohol. Pero a lo que más temía eran los ojos que no se despegaban de ella en cuanto la veían caminando en busca de su padre, al cual siempre encontraba con la cabeza recostada sobre una mesa, con la botella de sake a su lado, lloriqueando de forma inentendible.

Cubierta lo mejor posible entre las capas de ropa para pasar desapercibida, buscó una vez más los restos apenas conscientes de su padre.

Sólo que se sorprendería de encontrarlo en el suelo con la espalda apoyada en la mugrosa pared, pidiendo a gritos clemencia ante un alto hombre, que lo miraba con desprecio. 

Nagisa. 

Le estaba reclamando algo.

A su alrededor, el resto de los ocupantes del lugar parecía ignorar lo que ocurría. Sabían que era lo más conveniente.

No soy un benefactor. Mi paciencia se agotó.

Te lo pagaré. Lo juro por mis hijos.

No jures por algo que evidentemente no tiene valor para ti, desperdicio de humano. Creo que hasta me agradecerán que me deshaga de ti, que no sirves para nada.

Nomi se congeló por un momento sin saber qué hacer hasta que su mirada conectó con la de su padre. Este abrió muy grande sus ojos, como si le sorprendiera verla. Y enseguida algo más atravesó el negro de su iris. ¿Miedo? Ella no comprendía por qué la miraba con miedo.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now