23. Una habitación especial

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23. Una habitación especial.

Gerard se había ido. Habían estado charlando, con una partida de ajedrez mediante, sobre los preparativos para el siguiente trabajo, si Sharpe lograba que Belmont Durand lo invitara a su fiesta. 

Aun no sabía cómo lograría dicha invitación, pero algo se le ocurriría. Siempre era así. Estaba pensando en eso, cuando escuchó unos tímidos golpes en la puerta del despacho, apenas audibles debido a los varios televisores encendidos.

Procedió a silenciarlos para escuchar quién lo interrumpía.

—¿Señor Steve?

La suave voz de Aurora lo estremeció y su corazón se le aceleró. Esa niña estaba jugando con su paz mental.

—Adelante Aurora.

Ella quería entrar y ver sonreír al señor Steve cuando la contemplara con su nuevo aspecto. Pero en cuanto cruzó el umbral la atención se le fue a la enorme cantidad de libros que descubrió en los estantes que decoraban casi todas las paredes de la habitación, quedándose boquiabierta y con los ojos desorbitados.

—Aurora... —estaba sorprendido—, tu cabello.

Ella reaccionó, parpadeando velozmente.

—¡Ah! Cierto... ¿Le gusta? —Daba una vuelta para que la viera bien.

—Claro. 

Intentó sonar distante e indiferente, pero la verdad era que le fascinaba.

Lo llevaba corto a la altura de la nuca al estilo bob y caía con algo de inclinación hasta el mentón, siguiendo la línea de su fina quijada. Algunos de su cabellos mostraban unos bucles rebeldes, que parecían ser más dorados. 

Se puso de pie. 

Habiéndose quitado durante la mañana el saco de vestir, llevaba la camisa blanca con sus mangas arremangadas hasta la mitad de sus antebrazos. La prenda se apretaba en sus bíceps y pectorales, y entallaba su cintura.

Hipnotizado ante la visión que tenía delante, se acercó a ella para acariciarle el cabello, enredando sus dedos entre sus hebras. Llevó luego su mano hasta su cuello, que ahora parecía más largo, rozando con su pulgar la parte frontal de éste, manteniendo el resto de sus dedos sobre la nuca desnuda. Las miradas se entrelazaban, encendidas. Él, de azul profundo y ella, de dorado incandescente. 

Sin romper su conexión, estiró su cuello, provocando en él el deseo intenso de besárselo y aspirar de él todo el perfume de su piel. 

La cercanía de sus rostros era peligrosa. Tan sólo un beso los separaba. 

Uno imposible.

Se sorprendía de lo fácil que había sido para la criatura misteriosa conquistarlo de esta manera. Pero debía mantener la compostura. Siempre estaba en control. Ahora, lo estaba perdiendo y eso le incomodaba. 

Si lo que necesitaba de ella se resolvía pronto, continuaría con el plan de alejarla de su vida, por su seguridad. Y porque no merecía el haz de luz que irradiaba sobre él, que era pura oscuridad.

Por eso lo mejor sería mantenerse frío. Ni siquiera fingir que era su amante. Estaría jugando con los sentimientos e ilusiones de la niña que tenía delante.

En un intento por recuperarse, se alejó de ella, simulando tener algo pendiente sobre su escritorio que captaba su total atención. 

Ella lo siguió con la mirada algo confundida al perder la calidez de su mano y su aliento sobre ella, pero enseguida continuó.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora