18. Señor S

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18. Señor S.

Escuchó los golpes en la puerta. 

Dos. 

Era la señal de que debía apartarse para que le entregaran el horrible puchero que consideraban comida a través de la rendija en la parte inferior de la puerta. 

No necesitaba cumplir con eso. 

Estaba sentada en el suelo, en la otra punta de la celda y no se movería de allí. Ni siquiera abrió los ojos. Sólo escuchó cómo se deslizaba la metálica y oxidada abertura y arrastraban sobre el suelo el recipiente con la primera ración del día, golpeando con el tazón del día previo, que seguía intacto. La mano anónima tomó la ración anterior y la retiró. 

Era el quinto día que la joven se negaba a comer y eso sólo significaba que se estaba dejando morir. Si escapar no era una opción, entonces, controlaría su fin. Aunque sabía que sería largo, por su gran resistencia, pero estaba buscando la manera de dominar su propio cuerpo. 

De lograrlo, simplemente se apagaría. Como un interruptor; y volvería a la oscuridad de donde había salido. De la que cada día se convencía, no debía haber salido jamás. 

Su existencia había acarreado muerte, desolación y tristeza. Cuando lo único que había deseado había sido salvar y ayudar a otros. Poder usar sus dones <<o mutaciones malditas>> para hacer el bien. Para convertirse en algo más que un monstruo o demonio.

Que otros la pudieran ver con cariño y no miedo u odio. Mirarla como un ser humano. Una mujer. Como había hecho su amigo. Jean Pierre.

Sus palabras resonaban como ecos en la soledad de su mente. Aquellas que no había comprendido por haber sido compartidas en francés y las más importantes, las que había recibido con su corazón abierto.

Corazón. Tenía uno roto, prisionero y moribundo. Cuando lo que anhelaba en sueños era lo que había sonado alguna vez como imposible <<y que cada día confirmaba esa realidad>>. 

Amor.

Antes de morir, desearía haber podido experimentar ese intrigante sentimiento.

Pero era tarde para ello. Pues buscaba las frías manos de la muerte. 

Sólo era cuestión de tiempo, y eso lo tenía de sobra en ese lugar. Así que, cada momento en que no era usada para los vicios de los hombres pusilánimes que pagaban por golpearla, lo aprovechaba para aprender a someter sus signos y funciones vitales.

***

A la mañana siguiente del descubrimiento que Andrew le había compartido a su regreso a Nueva York, Steve charlaba con su socio, Gerard Brighton, en su despacho en su mansión en Los Hamptons. Quería compartir sus impresiones y su próxima resolución.

—Interesante... —el tono siempre comedido de Gerard lo maravillaba. Cualquiera que no lo conociera podría pensar que nada lo sorprendía. No importaba qué le dijeran. Pero a Steve no lo engañaba. Lo conocía demasiado bien. Podía notar que sí le llamaba la atención. Algo rondaba por su cerebro. Advirtió también un brillo pícaro en sus ojos. Algo lo divertía, aunque no llegaba a descubrir qué—. Así que Steve, mi querido muchacho, vas a traer a una prostituta a tu casa —lanzó una enorme carcajada.

<<Con que eso era lo que le divertía>>, se dijo el dueño de la casa.

—En primer lugar, según lo que entendió Andrew, a esta chica en particular, no la prostituyen. En segundo lugar, yo no dije que fuera a traerla a esta casa.

—¿Y dónde tenías pensado que estuviera? Crees que se quedará de lo más contenta en algún lugar en que la dejes y presta a que hagas con ella... —entornó sus ojos interrogadores—. ¿Qué es lo que quieres hacer con ella?

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now