47. Aliados

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47. Aliados.

Las llamas eran aplacadas gracias a los aspersores de líquido que combatían lentamente el infierno en que se había transformado la mansión. Quedaba poco en pie de los pisos superiores, pero el sótano era blindado, y secreto. Steve había logrado llegar hasta allí antes de la detonación, desde donde acababa de cancelar el sistema antiincendios.

Estaba vivo gracias a Aurora. Ese último abrazo fue mucho más que una despedida. 

Al parecer, los extraños asesinos no estaban al tanto de los poderes de curación de ella sobre otros a través del contacto físico. Había sanado casi por completo. 

Todavía tenía marcas en la cara y ahora le dolía la cabeza por el posterior golpe en la nuca.

Aurora confío en que podría salvar a Steve. Ahora, era su turno. Pero no podría hacerlo solo. Enderezó todo su metro noventa y dos y comenzó a prepararse.

Tomó dos mochilas grandes y las colocó sobre la mesa ubicada en el centro de la sala de armas. Las llenó con chaleco antibalas, aunque, como comprobó con los cristales blindados, las municiones de los mercenarios eran altamente destructivas. Esperaba que al menos pudieran salvarle de un contacto cercano. Capturó también rifles, armas cortas, cuchillos, auriculares intercomunicadores, granadas, cargadores. Todo lo que había en la habitación. 

Se cambió de ropa por algo táctico, de color negro, completando el atuendo con botas de combate.

Se detuvo ante uno de los estantes que resguardaba una provisión especial de balas. Aquellas marcadas con las iniciales A.C. Tomó un cargador vacío y posicionó las municiones hasta completar la carga y lo guardó en uno de los bolsillos laterales del pantalón. 

La inercia de la costumbre lo hizo marcar la clave para abrir el cajón donde guardaba su reloj Chopard, accediendo a él. Lo tomó, pero se detuvo en el acto. 

No. 

No era un encargo ni un trabajo. Era su vida y la de la mujer que amaba. Si algo le pasaba y no volvía con pulso, deseaba que ella se lo quedara.

Un tonto sentimentalismo que adjudicaba a los nuevos sentimientos que su corazón abarcaba. No le importaba. 

Pensar que algo significativo de él quedaría en ella le dio cierta calma.

Lo dejó sobre la mesa y abandonó su refugio.


Caminó rápido entre las ruinas de la casa, pisando los restos de charcos y esquivando los obstáculos que minutos antes habían sido parte de su decoración. Algunos muebles que habían sido lamidos por el fuego antes de su derrota contra el agua estaban negros y carbonizados. Nada de eso le importaba. No era nada. Su fría y vacía propiedad nunca había sido un hogar. 

Hasta que Aurora trajo con ella la vida que tanto necesitaba.

La necesitaba. Debía salvarla.

Miró hacia arriba entrecerrando sus ojos, al agujero que quedó de lo que había sido su dormitorio. Los restos de sus pertenencias estaban esparcidos entre los escombros en la planta baja, destruidos e inundados.

Debía decidir cómo accionar a continuación. 

Tendría que ir solo a pelear una guerra desigual. 

Entonces, su pie pateó una pequeña piedra amarilla que estaba en el suelo húmedo, llamando su atención hacia abajo. 

La levantó. Sus ojos fríos como témpanos brillaron. 

Sabía a quién recurrir.

Fue al garaje y tomó en esa ocasión el Audi TT gris oscuro. Cargó las dos mochilas en la cajuela y se dirigió a la casa de Andrew, quien se había quedado con el BMW blindado después de deshacerse de las muestras de sangre y que sería más adecuado para la misión que tenía por delante. 

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora