38. Castigo

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38. Castigo.

Estaba seguro de que Arata Yoshida ya se habría ido de la fiesta, pero esperaba obtener información sobre a dónde se habrían llevado a las jóvenes compradas. Donde ellas estuvieran, él estaría. Por eso, se dirigió al callejón detrás de la Durand Gallery, buscando la puerta trasera por donde los pequeños camiones de carga qué él había visto antes —y que en ese momento no estaban—, llevaban y traían su preciada mercadería. 

Miró hacia todos lados, asegurándose que no hubiera nadie cerca y caminó despacio hasta la entrada. Se había cambiado de ropa por una de combate de color negro que siempre guardaba en el bolso en su vehículo, sus manos estaban cubiertas por guantes negros y usaba su gorra para tratar de ocultar su rostro de posibles cámaras. Allí, golpeó tres veces la puerta, con fuerza, y sacó de uno de sus bolsillos un pedazo de papel, que colocó de frente a la pequeña rendija para ver a los visitantes.

El hombre del otro lado escuchó los golpes. No esperaban a nadie. Y después de que habían hallado el cuerpo de uno de los compradores muerto en una de las salas, todos habían tenido que accionar de forma secreta, para no llamar la atención y evitar que la policía y los medios tuvieran conocimiento del asesinato o de las transacciones femeninas que ocupaban el tercer nivel del edificio. 

Ese, había sido la mayor preocupación del dueño, que, después de volver en sí, por un golpe dado por una invitada, que lo había dejado inconsciente y con la nariz rota, sólo le importó mantener la discreción. 

Su ego herido, sería resuelto en otro momento, porque estaba seguro de que se volverían a encontrar. 

Después de todo, Sharpe y Durand compartían círculos sociales. 


Escuchar golpes en la puerta trasera, sorprendió al guardia del señor Durand, que sacó su arma. Se acercó despacio para observar por la mirilla y vio una tarjeta de las que el dueño de la galería repartía a una clientela exclusiva. Aquella que tenía un código de barras en el centro. Sabiendo que nadie sin aprobación del francés tendría una de ellas, abrió la puerta, para hacer entrar al cliente. 

En cuanto lo hizo, fue saludado con un puñetazo y luego un rodillazo en las costillas, que lo hizo caer sobre sus rodillas, soltando el arma. Una vez en esa posición, la sombra que lo había atacado se ubicó detrás del guardia caído y lo rodeó con uno de sus fuertes bíceps, tomando uno de los brazos del caído hombre y trabándolo con el cuello, ahogándolo. 

El empleado del francés trataba de escapar de la toma, pero era imposible, y sentía que iba a asfixiarse. Entonces, escuchó que el alto hombre hablaba en voz baja.

—¿Dónde llevaron las chicas que compró el japonés?

La presa seguía tratando de escapar, moviendo su cuerpo en inútiles intentos de golpear a su captor.

—Dime lo que quiero saber o te parto el cuello.

—Puer...

—¿Cómo? —El guardia estaba por perder el conocimiento, por lo que el fuerte hombre aflojó un poco su presión.

—Puerto. Nueva Jersey. Bowne al 95.

—¿Hace cuánto?

—Una hora atrás —respondió, tomando una gran bocanada de aire.

Steve sujetó con sus poderosas manos la cabeza del hombre y con un gesto brusco, lo desnucó, dejando su cuerpo inerte en el suelo. Debía apurarse para recuperar el tiempo perdido antes que Yoshida se llevara a las muchachas a aguas internacionales. 

No podía dejar que escapara. 

Debía atacarlo en el puerto, y aprovechar que el Paradise estaría atracado para rescatar a las otras esclavas.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora