45. Telaraña

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45. Telaraña.

Estaban juntos, sentados en el borde sobre la gran cama de la habitación principal, contemplando la imagen que se presentaba delante de ellos, en el suelo.

Allí, Steve había colocado todas las notas hechas por su madre de manera que pudieran recrear la investigación realizada por la periodista. Aurora había seguido con atención —memorizando cada hoja escrita—, los movimientos que hacía el hombre, tratando de comprender los secretos que le habían costado la vida a Audrey Sharpe, o Audrey Callen. Y a Masao Tasukete.

Su cerebro procesaba a la velocidad de la luz, a diferencia de su corazón, inocente e inexperto, que se comprimía con cada revelación.

—Steve, tu madre conoció al Dr. T —ambos leían el nombre del genetista con asombro—. Esto parece una telaraña. Estamos conectados desde antes de que yo naciera. Hay tantos puntos de encuentro aquí, como si nuestras vidas estuvieran unidas por hilos anudados por todos lados. Tu madre, quien creemos era mi madre, el doctor. Si Arata no me hubiese atrapado, posiblemente nunca nos hubiéramos encontrado.

—O si Andrew no hubiera escuchado de ti, te habrías dejado morir antes de que te sacara de esa mierda. 

—Y tu padre...

—Sí. Estaría a punto de fallecer. Sin cura alguna —meneaba la cabeza asimilando la información—. La dimensión de todo esto es colosal. Mamá estaba investigando el Proyecto Hércules, del que él era el científico a cargo. ¿Te mencionó algo sobre eso?

Negó con la cabeza. No necesitaba hacer memoria. Recordaba cada conversación y lectura con el doctor a la perfección y jamás había escuchado de Hércules, salvo en astronomía, reconociendo su constelación.

—Sólo mencionó al Centauro, lo que me doy cuenta de que es sólo la punta del Iceberg. El Proyecto Hércules era la última fase, que buscaba mejorar soldados usando un suero que concediera habilidades y ventajas a hombres y mujeres. —Cada página era una nueva revelación—. Querían desentrañar los secretos del ADN y combinarlos con los genes de otras especies. Realizar ingeniería genética.

Hicieron silencio. Cada uno estaba sumergido en sus propias reflexiones. Sus demonios a combatir. 

Aquellos demonios que habían creado a un asesino y a una quimera.

—Soldados —repitió Steve. Gerard tenía razón. Existió un experimento sobre soldados americanos. Levantó la vista de los papeles y vio que Aurora lloraba en silencio, mordiéndose el labio—. ¿Qué ocurre?

—El Dr. T creó un arma. Soy un arma, no una sanadora. Tenía razón en que parezco una guerrera, pero no quería creer que fuera cierto. Yo soy la concreción de la fase tres —escondió su cara entre sus manos—. No puedo escapar de Shiroi Akuma. Soy una maldición.

—¿Qué dices?

—El padre de Arata me llamó así. Viendo, leyendo todo esto siento que sólo traigo desgracias. Steve, no sé si lo mejor es que siga aquí, contigo. Soy el motivo por el que tu madre y Masao fueron asesinados. Y si llegan a encontrarme, tú serías el siguiente.

—Mi hermosa Aurora —tomó sus manos y las alejó del bello rostro y la abrazó—. No importa cuál era el objetivo real del Dr. T, tú tienes el poder de elegir qué quieres ser. Tu poder no radica en tu fuerza y en tu inteligencia, sino en tus elecciones. Y puedo asegurarte de que eres la criatura más dulce y noble que existe... —miró cómo comenzaba a sonreír—. No puedes ser una maldición, cuando tu mera existencia es motivo de felicidad a todo el que te conoce. Eres mi felicidad —su mandíbula se tensionó y sus ojos azules centellearon con furia—. Los que mataron a mi madre son los responsables. Ese hijo de perra la mandó asesinar.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora