31. Miedo

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31. Miedo

Aurora intentó correr hacia la puerta, pero el hombre había anticipado su movimiento y con sorprendente agilidad para alguien de su tamaño, la atrapó de uno de los brazos y la lanzó al otro lado de la alcoba. 

Voló por encima de una de las cómodas chocando contra la pared y cayó al suelo. Se puso de pie rápido sin dificultad, con temor a ser sorprendida al levantarse, pero él se encontraba obstaculizando el paso a la salida. 

Ella giró dándole la espalda en busca de la siguiente salida, pero Yuri corrió hacia su presa cuando esta dio escasos tres pasos en dirección a la terraza, alcanzándola con un tackle propio de un jugador de fútbol americano. Aurora sólo alcanzó a desgarrar una de las cortinas al caer abruptamente, quedando la tela colgada por la mitad antes de ser sujetada otra vez por ambas piernas y arrastrada hasta el centro de la habitación.

De un brusco movimiento, la volteó, dejándola sobre su espalda.

—¡Andrew! ¡Señor...!

La silenció de una bofetada al tiempo que se sentaba encima de ella, apretando todas sus extremidades, limitando cada movimiento.

—Nadie nos escuchará, putita. La fiesta es muy ruidosa para que tus gritos sean oídos.

Era cierto. Los fuegos artificiales, la música y las conversaciones los aislaban del mundo, dejándola a merced del animal sediento de sangre y sexo.

—Eres fuerte, puta. Pero no lo suficiente —lamió su rostro y rio enajenado al ver su mueca de asco—. No sabes cuánto tiempo estuve fantaseando con esto.

Realmente era fuerte. Pero no lograba dejar sus brazos libres para empujarlo y sacárselo de arriba. Vio con miedo cómo se colocaba en la mano un implemento de metal. Lo reconocía de aquellas que Arata entregaba para sus torturas. 

Se sacudía, pero no conseguía liberarse de la compresión. 

El primer golpe la aturdió y enseguida comenzó a sentir otros golpes en la cara. El objeto era contundente. Quería gritar, pero se le estaba llenando la boca de sangre. Sentía cómo el metal le desagarraba la piel del rostro. 

El violento hombre se estaba excitando. 

Esperó unos segundos a ver cómo la criatura se recuperaba de sus heridas. El ver que sanaba lo estimuló a hacer una segunda ronda, con más fuerza. Y una tercera. 

Todos sus músculos se tensionaban debajo de su ropa, que en ese instante maldecía llevar puesta, pues el traje que el señor Anatoli le hacía usar limitaba la amplitud de sus movimientos. Pero no se permitió distraerse. 

La perversa fiesta privada que llevaba a cabo lo sumergía en un estado de embriaguez que ninguna bebida etílica alcanzaría. Cada impacto asestado cargaba más fiereza. Las salpicaduras de la sangre sobre sus prendas eran lluvia erótica para él. Las gotas se mezclaban con las de su sudor, embarrando su rostro desencajado.

—P-po-r... fa-vor... —escupía junto al carmesí que manaba de ella, entre golpes.

Sus lágrimas saladas rodaban entre las magulladuras y heridas, sintiéndolas escocer brevemente antes de desaparecer, para volver a ser marcada. Su mente se perdió entre viejos recuerdos de similar tortura; y el mayor dolor se concentró en su alma. Todo parecía volver a ella y temía que nunca pudiera librarse de la maldición que parecía perseguirla.


La trémula voz suplicando le molestó. 

Llevó sus dos manos a su cuello y comenzó a apretarlo. Era delgado y largo; y sentía su fragilidad, a punto de quebrarlo. 

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now