20. Primera vez

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20. Primera vez.

Esas palabras, y la voz con la que fueron pronunciadas desencadenó a la bestia en su interior.

No se contuvo más y la tomó con fuerza, levantándola de su trasero. 

Era tan ligera como una pluma. 

Le rodeó la cintura con sus torneadas piernas enredándose a él como si no quisiera desprenderse de su cuerpo nunca más. Sus brazos no quedaron atrás, rodeándolo por los hombros.

La criatura mágica se regodeó internamente por su triunfo. Lo sanaría. Como sólo ella podría hacerlo. Usando sus dones mutantes. Restaba que ambos alcanzaran su punto álgido de forma simultánea. Así, podría iniciar su retribución. Lo salvaría. Salvaría su alma que gritaba de pena a través de sus orbes como la noche, de la misma manera que él había hecho con ella.

Steve mordía, besaba y lamía con desespero la tierna dermis de su cuello mientras la llevaba a la cama. La dejó con sorprendente cuidado a pesar de la locura que los embargaba y se alejó para desvestirse ante la atenta mirada encendida de un dorado deslumbrante de la muchacha que aguardaba por él. 

Se deshizo prontamente de sus prendas. Saco, camisa, zapatos, calcetines, pantalón. Lo último fue su bóxer y su miembro saltó orgulloso, erecto y enorme.


Admiraba la impresionante figura masculina, que mostraba su cuerpo de nadador, bronceado y fuerte. Tenía una cicatriz al costado izquierdo del abdomen en la que ella se fijó y otra semicircular que aparecía por encima de su hombro derecho, perdiéndose por detrás.

Había visto cientos de cuerpos. La mayoría desnudos. Los había visto altos, bajos, anchos, delgados, robustos, de todos los colores. Todos como bestias insensibles y abusivas. Torturadores, verdugos del infierno al que el buque nombrado irónicamente Paradise había dado breve refugio y amparo para sus perversiones.

Habían pasado por delante de ella la virilidad dura, nervuda de cada uno sobre su piel. La habían tocado, invadido con sus lenguas, bocas, manos de tantas violentas formas, dándole sólo sufrimiento, que jamás creyó que algún día volvería a aceptar otro hombre sin querer morirse.

Pero aquel sujeto que estaba de pie, desnudo, evidentemente encendido por ella le pareció lo más hermoso que sus ojos hubieran contemplado alguna vez. Aún más maravilloso que la vía láctea que tanto encanto le había compartido en sus noches de libertad.

Con él no parecía existir el miedo. Lo venció con el azul de su mirada. Lo había borrado todo en el mismo momento que había posado sus ojos de fría noche y la había tomado entre sus fuertes brazos. Quería ser objeto de su obsesión. Ser recorrida por la yema de sus dedos, por sus labios, lengua. Ser descubierta y verse reflejada en sus zafiros. Y por ellos, cederle su poder de sanación.

Ese hombre le hizo sentir en unos minutos el mayor estremecimiento de placer en su vida.

Y eso que veía delante suyo se le antojó demasiado apetecible. Grande y duro, y lo quería adentro de ella. Por primera vez, estaba segura de entregarse completamente a alguien.

Una nota nostálgica sonó en su corazón. Pierre la había preparado bien para aceptar en cuerpo y alma al hombre que le daría su <<real>> primera vez.

En sus entrañas el fuego se encendió, quemándola, irradiándose por cada centímetro de su cuerpo. Una experiencia abrumadora que ansiaba alcanzar.

Ese hombre estaba logrando borrar con su poderoso mirar todo su terrible pasado. ¿Quién era que tenía tal poder sobre ella?


El joven hombre se quedó observando el perfecto cuerpo recostado en la cama cuyas mejillas estaban encendidas. Una mezcla de valquiria y bailarina. Fuerte y grácil, tonificado y elegante. Estaba extremadamente excitado. Como nunca antes. 

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora