EPÍLOGO

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Japón.

La adolescente estaba aterrada, sollozando hecha un ovillo en un rincón de la habitación, sujetando con sus puños los retazos de la blusa que el hombre de la cicatriz en su cara le había arrancado, dejando sus infantiles senos desprotegidos. 

Cerraba los ojos, deseando con ese simple acto desaparecer. Irse lejos de aquel condenado lugar. Suplicaba a cualquier deidad que existiera, que oyera sus ruegos e hiciera que todo se esfumara como un sueño. O pesadilla.

Pero el sonido del pantalón desabrochándose y los jadeos de excitación de Nagisa la atormentaron, provocándole náuseas.

Quería morir. Si no sería salvada, entonces, que un rayo la fulminase sin contemplación.

Vamos florcita, no es bueno hacerme enojar —la tomó por la muñeca y la lanzó con brusquedad sobre la cama desordenada. Se echó sobre ella, que lloraba con más intensidad—. Si eres buena conmigo, yo seré bueno contigo —gruñó entre besos perversos y lamidas feroces.

Voces gritando y ruidos de pasos veloces sobre la madera del establecimiento resonaron tras la puerta de la alcoba.

Nagisa sólo atinó a girar su rostro hacia la entrada, cuando la madera fue violentada y por su abertura aparecieron dos agentes de la policía japonesa.

Agentes desconocidos y con cara de repugnancia ante la escena que presenciaban, por lo que no le costó dilucidad que no eran oficiales bajo el yugo de los Yoshida.

Los recién llegados se abalanzaron sobre el criminal, arrancándolo de su pecado carnal.

La menor de edad, en conmoción, no comprendía lo que ocurría. Abrió con espanto sus ojos rasgados, tapándose los pechos con sus brazos y arrastrando su cuerpo hasta sentarse en un extremo de la cama, temblando a más no poder.

Tranquila pequeña. Nadie te hará daño. —Uno de aquellos desconocidos se quitó su chaqueta y se la colocó cubriendo su menudo cuerpo, mientras el segundo se llevaba esposado a Nagisa, que gritaba improperios—. Estamos aquí para ayudarte. Me llamo Isao —le tendió una mano, junto con una tranquilizadora sonrisa.


Chris Webb aguardaba apoyado a un lado de una de las camionetas SUV en las que habían llegado. Tenía sus brazos cruzados sobre su fornido pecho, lo que remarcaba sus musculosos bíceps bajo las mangas cortas de la camiseta que vestía en aquel húmedo y caluroso lugar, mostrando la tinta que pintaba su piel en un antebrazo y parte del sello de su regimiento en el brazo opuesto. Una gorra y lentes oscuros cubrían su rostro. 

No podía participar de la redada, pero le habían permitido asistir a la distancia.

La ventanilla trasera estaba abierta hasta la mitad, desde donde se perfilaba una silueta masculina también oculta tras una gorra y unos lentes de aviador espejados.

No era el único que ocupaba la cabina trasera. Dos mujeres acompañaban resguardadas de cualquier mirada indiscreta.

Todos contemplaban como espectadores la danza sincronizada que las fuerzas policiales ejecutaban en aquel pueblo. Gritos, maldiciones, golpes y arrestos se llevaban a cabo hacia Nagisa y todos sus secuaces. 

Jovencitas eran sacadas de su prisión en evidente estado de shock.


—¿Cómo lograste esto, Webb?

—Conocí a Isao en un grupo de intercambio entre el FBI y ellos. Cuando Aurora y tú dijeron que querían salvar a otras víctimas de este lugar, supe que él sería el indicado. Hará hasta lo imposible para que estos criminales sean castigados y las muchachas protegidas.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now