36. Perséfone

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36. Perséfone.

Llegaron a destino, la Durand Gallery

La entrada de la galería estaba llena de fotógrafos. A Belmont Durand le encantaba llamar la atención. 

Andrew abrió la puerta del lado de Steve, quien se sentaba presto para bajar primero; y una vez descendido del vehículo, tomó la mano a Aurora para ayudarla a salir con delicadeza. En cuanto ambos estuvieron en la entrada, sintieron los flashes sobre ellos. La joven se sobresaltó, tomando con fuerza la mano de Steve, tratando de ocultar su cara. Él la tranquilizó con una suave sonrisa y le habló al oído. Todo estaría bien. Sólo estaban maravillados por su hermosura.

La gran novedad por la que cada periodista —algunos empleados del joven que acababa de llegar—, quería obtener el mejor plano no era que Steve Sharpe acudiera a un evento artístico, algo fuera de lo habitual en él, sino, que lo hiciera acompañado, por primera vez. Y de una desconocida mujer de una belleza arrebatadora. 

La llevaba con una mano en la parte baja de la espalda, que estaba desnuda, caminando despacio, pero sin pausa, entre otros asistentes, hasta la entrada, tratando sin mucho éxito de ocultar su rostro a las cámaras.

Una vez dentro, la joven se asombró de ver tantos colores en los vestidos de las mujeres, en las luces que colgaban del techo y de la cantidad de cuadros y esculturas que vestían el lugar. 

El salón era un espacio enorme. Con muchas paredes flotantes donde se exponían cuadros. En el centro, habían armado una pista de baile, con una tarima a un lado donde una banda tocaba sus instrumentos con gran maestría. El cielo raso llegaba a la tercera planta, ya que la mitad de la segunda consistía en un pasillo abierto, a modo de balcón, que daba al salón amplio de abajo. La otra mitad de la segunda planta era cerrada. Una gran escalera llevaba al piso superior. A la izquierda, se accedía a ese balcón, cuyas paredes enseñaban más cuadros. A la derecha se iba a un pasillo en el que se encontraban los tocadores y oficinas. Para llegar a la tercera planta —vedada para los invitados—, había que seguir por ese pasillo hasta el final y subir por otras escaleras. 

Steve había estudiado los planos del edificio para conocer cada acceso, oficinas y cualquier rincón que pudiera ser necesario.

Muchos ojos voltearon a ver a la atractiva pareja llegar. 

Dos pares especialmente interesados, cada uno desde un punto diferente de la gran sala, seguían sus movimientos. Uno, con ávidas ganas de jugar al gato y al ratón se relamía pensando en la caza. 

La otra, con encendida furia y orgullo herido.

Los hombres y mujeres asistentes eran eclécticos. Había ricos que se enorgullecían de ser protectores de las artes o entendidos de la materia, disertando frente a cuadros o esculturas con aire de suficiencia a pequeños grupos de oyentes. Otros, eran evidentemente algunos de los autores de las obras u otros aspirantes a obtener algún mecenas.

Aurora respiró profundo y exhaló, tratando de calmarse. Nunca había estado entre tanta gente y estaba nerviosa.

—Tranquila Aurora, yo estaré contigo.

Otra mentira. 

<<¿No te cansas cabrón?>>.

Ella lo miró y asintió con la cabeza. Confiaba en él y tomó con más fuerza su mano.

A medida que avanzaban entre la marea de caras, Steve fue recibiendo los saludos de sus conocidos, que le estrechaban la mano o saludaban con besos en el aire y lo felicitaban por tan preciosa compañera, que presentaba como su connaisseur.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now