34. Nueva York

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34. Nueva York.

Después del reconocimiento en las inmediaciones de las Galerías Durand y una vez vestido como Steve Sharpe, había pasado el resto de la tarde cumpliendo con sus funciones como propietario de Sharpe Media, en uno de sus edificios sobre Park Avenue.

Asistía una vez por semana a su oficina principal aprovechando para reunirse con la junta y, más que nada, como símbolo de continuar con la herencia de sus padres en los medios de comunicación. 

La labor real era realizada por los diferentes directores, que llevaban en la compañía años. Habían sido parte del crecimiento empresarial y acompañado a su padre en sus sueños de informar y entretener. Muchos de esos hombres y mujeres también lo habían visto crecer entre los escritorios y pasillos de las oficinas, aunque hubieran ido mudando con el tiempo.

Tal era el caso de su asistente, Beatrice. Era una mujer madura, delgada y elegante, que usaba grandes lentes y de cabellos que mantenía prolijos con un perpetuo color castaño. Su carácter con aquellos que apreciaba, era como el de una madre. Pero se volvía una fiera cuando reprobaba ciertas actitudes de muchas de las empleadas, que, de un modo descarado, pretendían seducir al joven propietario. 

Aquellas que buscaban captar la atención del atractivo hombre solían buscar cualquier excusa para apersonarse en su despacho con escotes provocativos, solicitando entregarle o consultarle personalmente cualquier cosa.

El señor Sharpe, con su distante e indiferente personalidad, tomaba las consultas, pero pasaba de largo de las intenciones reales de sus empleadas, ignorándolas. No porque no notara sus cuerpos atractivos o sus voces empalagosas. Si fueran desconocidas que encontrara en alguno de los lugares a los que viajaba por sus negocios, habría tenido sexo con ellas sin dudarlo. Pero en su lugar de trabajo, mantenía las relaciones estrictamente en el plano profesional. Aunque eso no significara que no hubiera disfrutado de la visión de sus curvas en más de una ocasión. 

A la fría distancia.

En aquella ocasión, Beatrice se encontraba con la provocativa Crystal, la peor de todas aquellas mujeres interesada y rastreras, que llegaba hasta su escritorio, que, como un tiburón que sentía una gota de sangre en medio del mar, había aparecido al saber de la llegada del señor Sharpe.

Sin disimular su desagrado, la mujer madura cuestionó a la recién llegada. Una atractiva fémina de casi treinta años con nivel hormonal de adolescente. Hecho comprobado por varios compañeros de trabajo del sexo opuesto.

—¿Qué necesitas Crystal?

—Hablar con Steve.

—Con el señor Sharpe, querrás decir —la miraba con recelo—. Está ocupado.

—Sólo será un momento. Tengo una propuesta de producción para mi programa —mostraba en la mano una carpeta de presentación.

—Puedes dejarme la información y luego se la presentaré.

—Muy amable Triz —sonrió de forma burlona—. Pero prefiero referirme a ciertos puntos concretos personalmente.

Ambas sabían a qué puntos concretos se refería.

La asistente, con cierto tono de desapruebo, llamó a su jefe por el intercomunicador, indicando que la mujer pedía unos minutos de su tiempo.

Hazla pasar Beatrice.

Fue toda la respuesta que se oyó, con su tono carente de emoción.

Crystal sonrió con satisfacción.

Entre los hombres, la envidia les hacía decir que Sharpe era gay. Hasta algunos elevaban el rumor a que su socio, Gerard Brighton, sería su pareja. Pero las mujeres sabían que no era así. Ellas notan la forma en que un hombre las mira, aunque, como en el caso del joven billonario, finja no estar interesado. 

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now