16. Monstruo

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16. Monstruo.

No podía quitarse la sombra de que algo no estaba bien. No sabía si adjudicarlo a los nervios o a sus instintos que le anunciaban que algo malo estaba ocurriendo. Que una tormenta se avecinaba.

No había querido compartir sus impresiones con su muchacha especial porque sólo le imprimiría dudas. Y no era momento de dudar.

Ella le había asegurado que podría cumplir con su parte, la cual era a decir verdad, la más difícil y arriesgada. Se golpeaba mentalmente por haber decidido dejar en sus manos la fase más delicada del escape. Aunque ella insistiera que sus habilidades le darían el éxito, se daba cuenta que había sido un imprudente.

Pero ya no había vuelta atrás. A partir de ese momento, sólo podía mirar hacia adelante y dar los pasos correctos para ejecutar su plan.

En secreto, sin que ninguno de sus hombres lo acompañaran, obtuvo del falsificador los pasaportes que le había encargado. Aun cuando el hombre había insistido que el tiempo pautado para la confección de los documentos no era suficiente, la negativa a cumplir con lo solicitado por Jean Pierre Clement no era una opción y el milagro se hizo presente, porque alcanzó a cumplir con el plazo establecido. Una buena motivación fue el exorbitante pago y la amenaza muy real de perder una muy importante parte de su anatomía si pensaba en tener descendencia. Y la reputación de Pierre hacía saber que sus palabras nunca estaban vacías.

Examinaba cada pasaporte para asegurarse que sirvieran. Serían marido y mujer. Armand y Freya Moreau. Sería una farsa que esperaba algún día hacer realidad. Porque no dudaba que la roca que tenía en su pecho que había ocupado fríamente ese lugar había comenzado a latir otra vez, resquebrajándose poco a poco. Y haría todo lo posible para lograr que el cariño de la amistad que ella le prodigaba se transformara en un apasionado amor, como lo que él estaba dispuesto a entregar.

Con las libretas en la mano, el recuerdo fugaz de ella recostada desnuda, con sus doradas hebras desordenadas sobre unas sábanas aceleraron su pulso.

<<Sólo unas horas más, y serás mía, mon trésor>> y la sonrisa se hizo presente en su rostro ante ese pensamiento. Apagó su felicidad cuando recordó dónde estaba y con quién.

Excelente trabajo, Hugo. Perfecto como siempre —sacudió los pasaportes, golpeando el pecho del susodicho, que respondía con una sonrisa nerviosa, refregándose sus manos. —Esto ha quedado entre nosotros, ¿verdad? No olvides que nuestro secreto debe quedar así, para proteger tus bolas, mi amigo.

Sí señor Clement —asintió entre tartamudeos.

Que no lo viera a la cara y el sudor empapara su frente no le preocupó porque siempre se comportaba de la misma manera. Igualmente, nunca confiaba en nadie más que en sí mismo, por lo que iría con los ojos muy abiertos hasta cumplir con su objetivo. Guardó la documentación en el bolsillo interno de su elegante chaqueta y se encaminó a la salida.

Lamentablemente, no los abrió a tiempo cuando quiso abandonar la pequeña oficina subterránea del falsificador.

Apenas dio un paso para ascender por la escalera, un golpe lo dejó inconsciente sobre el suelo.


La sonrisa siniestramente encantadora de Didier fue lo primero que vio Hugo cuando el cuerpo de Clement cayó de espaldas con brusquedad contra la dura superficie, golpeando de forma seca su cabeza. 

Su alta y delgada figura estaba en el umbral de la puerta, riendo por lo bajo.

Oh, pobre idiota. Te has descuidado Jean Pierre. Y todo por una puta muda —revisó cada bolsillo, capturando todo lo que cargaban. Los pasaportes, llaves, dinero atrapado por un sujeta billetes de oro y su móvil. Se metió cada objeto en sus propios bolsillos menos los euros, y se dirigió al aterrorizado hombre, que cada vez transpiraba más copiosamente, moviendo sus ojos con ansiedad de Didier a Pierre, ida y vuelta—. No te preocupes, Hugo —tomó el fajo de billetes que eran de su jefe y se lo lanzó, siendo capturado con torpeza—. El jefe no necesitará ese dinero. De hecho, ya no necesitará de tus servicios de ahora en adelante. A cambio, requeriré usar otra de tus habitaciones para los amigos que se me unirán en un rato. —Con un asentimiento de cabeza, el dueño de aquellas humildes y aisladas oficinas abrió una puerta a sus espaldas, indicándole que podía disponer de ella—. Muy bien mi buen hombre. Ayúdame a cargar a Pierre hasta una silla y tráeme algo para atarlo.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now