14. Lágrimas de Freya

222 42 341
                                    

14. Lágrimas de Freya.

Había terminado su jornada, o eso esperaba, y la habían dejado duchada en su celda.

Aguardaba ansiosa la llegada de Pierre. Comprendía que no era conveniente ilusionarse. Ya había pasado cuando en lugar de un encuentro con él había tenido que enfrentarse a dos hombres al mismo tiempo. Ese había sido un duro golpe para ella. Sin embargo, cuando la puerta se abrió y sólo apareció uno de los hombres de Arata, de los tantos que la temían y evitaban estar con ella más del tiempo necesario y que no podía siquiera mirarla a los ojos, supo que su amigo no la había decepcionado. El temeroso empleado la llamó con la mano, indicándole que debía seguirlo.

Se puso de pie de un salto, aunque tuvo que contenerse para no llamar la atención por su entusiasmo y, fingiendo arrastrar los pies, emprendió el recorrido hasta la habitación que había ocupado tres de las últimas cuatro noches. Su corazón latía con fuerza dentro de su pecho, tanto que la estaba ensordeciendo y temía que la delatara.

Con un movimiento apurado, que indicaba a las claras que aquel lacayo quería desaparecer de su presencia, abrió la puerta casi de golpe, haciéndola ingresar de un empujón y cerrando la puerta una vez dejada la mercancía. 

En cuanto vio la alta figura de Pierre, no pudo evitarlo y corrió hacia él, enredando sus brazos en su cuello y presionando su cuerpo contra el de su amigo. Percibió un delicado apretón de sus brazos al rodear su espalda.

—Pierre —susurró contra su pecho.

Mon trésor —tenía que reconocer que el mejor momento de su día era cuando estaba encerrado en aquella habitación con la misteriosa muchacha—. Ya te he dicho que si sigues dándome semejante espectáculo refregando descaradamente tu desnudez contra mí, no podré controlarme y te haré gemir y gritar de placer por lo duro que te follaré —susurraba su reclamo al oído de la muchacha que se removía contra su cuerpo, estando los dos fundidos en su abrazo.

—¡Pierre! —Protestó con una risa ahogada.

—Es tu culpa.

—Yo no tengo ropa —excusó.

—Puedes ponerte mi camisa —la despegó de su cuerpo para comenzar a desabotonar la prenda, dejándola abierta por fuera del pantalón.

—¿No quieres tenerme desnuda? —Su puchero sólo la hizo más apetecible para Pierre.

Mon trésor, no tienes una idea de cómo quiero tenerte o en qué posiciones. Pero no es para lo que vengo... —torció su boca midiendo sus siguientes palabras. La alzó pasando un brazo por debajo de sus piernas y el otro por su espalda, cargándola de lado, y la desplazó hasta la cama, donde la depositó como si fuera una niña, sentándose a su lado y colocando un mechón de cabello por detrás de su oreja—. Contigo, puedo dormir. Y sé que tú también aprovechas estas horas para sentirte segura en tu sueño.

Sus dorados ojos se empañaron tan rápido por esa espontánea confesión, que no supo en qué momento las lágrimas bajaron por sus mejillas.

—Oh, mon trésor, no llores. No era mi intención.

Atrajo la delgada figura contra su pecho, abrazándola con instinto protector. Ambos disfrutaban del contacto y del aroma que desprendía el otro. Inspiraban profundamente para retener el aire el máximo posible en sus pulmones.

—No son lágrimas de tristeza. O no del todo. Son de alivio y de emoción. Tú me dijiste que velarías por mi sueño. Y lo hiciste. No había tenido paz desde que llegué.

Su dulce voz en esa declaración lo conmovió y llevó su frente hasta la de ella y con sus narices rozándose, aprovechó una vez más la barrera idiomática para abrir un poco más su corazón.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora