9. Un regalo

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9. Un regalo.

La muchacha miraba todo con suma curiosidad con la tenue luz que apenas iluminaba el ambiente. Desde que había llegado a ese averno flotante, sólo había estado en unas pocas habitaciones. La más elegante y atiborrada de muebles y objetos era la del Señor Mandarina, como había pasado a llamarlo en su mente. 

En la que se encontraba con el sujeto que la observaba el suelo era claro y elegante con una pequeña alfombra en el centro, sobre la cual había dos sillas y una mesa donde apenas cabía una bandeja con frutas variadas. Una gran cama en lugar de un colchón en el suelo —como el que disponía ella—, se distinguía al fondo, flanqueada a ambos lados por mesas de noche. Sobre una de ellas, un recipiente colmado de paquetes de condones y lubricante que estaba segura no serían aprovechados con ella. Muebles oscuros y robustos completaban la decoración a un lado, sobre el cual reposaba un espejo y jarras de cristal con agua, copas y un balde metálico con una botella adentro.  Y en otro extremo, se alzaba una puerta cerrada de madera. Esperaba que fuera para acceder a un cuarto de baño y no para conectar con otra habitación de la que podría aparecer alguien más.

No escapó a su registro que no había ventana alguna. Tampoco le sorprendió. Yoshida llevaba su tortura al extremo de aislarla del mundo exterior, a diferencia del beneficio que obtenían las otras muchachas, que accedían cada tanto a cubierta. Al menos, así había escuchado hasta que la alejaron de las demás.

El movimiento leve del extraño, que percibió por el rabillo de su ojo, la alertó. Mientras él se acercaba lentamente a su posición, ella respondió retrocediendo. No importaba cuántas veces la habían tomado para molerla a golpes, nunca cedía fácilmente al principio hasta que la obligaban a ello. Y cuando la arrinconaban para saciar sus tenebrosas ansias de poder, sangre y dolor, ella sentía que moría un poco más. 

Tal vez en su piel no quedaran marcas de su sufrimiento, pero su perfecta memoria se estaba abarrotando del aroma de cada cuerpo. No olvidaba el roce de cada piel húmeda y caliente sobre su cuerpo, los jadeos, alientos y palabras asquerosas. Los golpes eran lo de menos, porque el contacto duraba poco. 

Lo peor consistía en cuando sus miradas se oscurecían y un brillo aparecía en sus pupilas dilatadas. Había aprendido que eso era lascivia. Y cuando esta se presentaba, el verdadero tormento la atosigaba. Se frotaban en ella. Sentía sus durezas, las lamidas sobre su piel, mordidas extremas, besos babosos y desagradables que ella esquivaba para que no alcanzaran sus labios, sin comprender por qué allí era donde se sentía más vulnerable de ser besada. Allí y en su zona íntima.

Algunos habían querido meter su cabeza entre sus piernas, sus dedos o su miembro cuando se desnudaban para aumentar su gozo, y ella había reaccionado siempre con agresión. Cada vez que los alejaba con golpes, sabía que después le llegaría las consecuencias con más violencia por parte de aquellos individuos, o se masturbaban sobre ella, hasta liberarse contra su cuerpo.

Pero al menos, desistían de introducirse en ella, especialmente cuando los hombres de Arata habían intervenido en aquellas situaciones. Habían manifestado en varias ocasiones que eso estaba prohibido para los clientes.

Sabía lo que era el sexo. Había leído sobre reproducción y la primera semana en aquel barco una empleada de Arata, Dai, las había capacitado a todas las recién llegadas en las <<artes amatorias>>, como lo había llamado aquella hermosa mujer oriental, que no tenía ningún reparo en despreciar a cada una de las novatas, como si su desagrado fuera una especie de evidente decepción por haberse dejado atrapar por este mundo.

En ese instante, cuando el joven alto con el que se encontraba encerrada, y que había escuchado era amigo de su carcelero, insistía en robarle su espacio personal, ella sólo podía pensar en escapar de su agarre. Era más rápida, lo sabía. 

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now