33. Secretos

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33. Secretos.

En el gran comedor, todos esperaban la llegada de la comida. 

Steve temía una intoxicación general, algo que a un día de su siguiente encargo no sería conveniente. Pero además, sufría al pensar que el inocente intento de agradecimiento de Aurora sería respondido con gestos de desagrado y asco, y eso le remordía la conciencia —la que sólo emergía por ella—. Eso lo empujó a hablar en voz baja para prevenir lo que podría ocurrir e implorar que cada uno hiciera un esfuerzo para que la joven no se frustrara ante la colosal caída que sufrirían sus preparaciones.

—Les advierto que Aurora no tiene ni idea de qué hacer en la cocina. Es un peligro, pero no debemos dejar que se dé cuenta que lo que hizo es... —no había manera delicada de exponerlo—, calamitoso. Hagamos tripa corazón y pongamos nuestra mejor cara.

Sus oyentes se inquietaron ante las palabras de Steve. Sonaba frío, con la orden implícita en su voz. Sin embargo, preocupación latente del hombre que nunca demostraba sentimientos por nadie, arrancó suaves sonrisas en todos los que lo escucharon. 

Tenían delante de ellos a otro Steve Sharpe. 

Los ruidos de platos y la voz de Aurora los puso en estado de alerta. Comenzaría la prueba de resistencia y temían por sus estómagos.

—Espero que tengan hambre —su voz cantarina llegó antes de que apareciera con una mesa rodante que transportaba los platos servidos. Fue colocando delante de cada uno sus respectivas entradas y ella misma se sentó en su lugar, a la izquierda del señor Steve y le sonrió con toda la felicidad del mundo—. ¡A comer!

Con la advertencia de Steve en sus oídos, todos miraban con resquemor sus platos. Aunque reconocían que la presentación era fabulosa, ninguno se atrevía a ser el primero en probarla. 

Aurora, impaciente, los animó.

—¿Qué ocurre? —Sus enormes ojos dorados se clavaron en los de Steve, reclamando su apoyo y este, sin poder rechazar esa mirada, metió el cubierto en la comida y tomó el primer bocado, ante la expectativa de los demás, que esperaban su veredicto. La joven sonrió al ver cómo saboreaba la preparación, abriendo más sus ojos y arqueando sus cejas aguardando su respuesta—. ¿Y? ¿Qué le parece señor Steve?

Probó despacio, identificando los sabores en su boca y todas las preocupaciones desaparecieron. Se enderezó en su silla y sonrió a su preciosa y ansiosa chef.

—Maravilloso, Aurora. Esto es delicioso. —Lo decía de verdad. No fingía en lo absoluto. Eso animó a ser seguido por el resto, que se relajaron en sus asientos y con confianza, se abalanzaron sobre sus platillos. Después del primer bocado, cerraron los ojos para confirmar el exquisito sabor en sus paladares—. Pero, ¿cómo? —No sabía cómo continuar sin reconocer que los bocadillos que ella le había preparado dos noches atrás habían sido incomibles, pero no comprendía cómo había logrado un cambio tan rotundo.

Aurora soltó una gran carcajada, echando su cabeza hacia atrás y sonidos de campanillas colmaron la sala.

—¿Cómo es que pasé de preparar bocadillos desagradables a esto? —Apoyó su mano sobre la de Steve que tenía cerca de ella y fijó nuevamente sus intensos ojos sobre los de él. El hombre se sonrojó al sentirse descubierto. Realmente, esa muchacha lo desestabilizaba constantemente. Estaba perdiendo el control y cada vez se sentía más acorralado por ella—. Señor Steve, estuve viendo recetas, cientos de ellas, explicaciones, consejos, técnicas de cocina, un universo completo y supe que lo que le preparé debió ser horrible —bajó su voz, para no ser oída por el resto, que charlaba animadamente entre ellos, ignorando, o simulando ignorar, a los más jóvenes de aquella mesa—. Usted sin embargo, se lo comió. Lo hizo por mí —sus mejillas adquirieron un tono rosado y mordió su labio, sin dejar de observar a su compañero—. Gracias.

Demonio Blanco - Lágrimas de Oro - (Shiroi Akuma #1) - #HA2023Where stories live. Discover now