Capítulo 13.

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Años atrás.

Desde mi posición de la mesa en la biblioteca escolar podía ver lo perdida que estaba desde que entró. Aferraba el papel con sus manos como si su vida dependiera de aquello. Casi quise reír, ella no se acordaba de las varias veces que me llegó a chocar la espalda cada vez que iban en el pasillo ya que siempre mantenía su vista en el suelo. Su amiga, la rubia, era la única que me miraba a los ojos y pedía perdón en nombre de ella.

Era extraña aquella mujer para mi opinión, durante las clases no le paraba la boca, se sentaba a mis espaldas y la mayoría de las veces el profesor la amenazaba con llevarla a la dirección si no cerraba la boca y dejaba de hablar con su amiga. Habían otras veces en las que ella solía llegar veinte minutos tarde a la clase de la mañana, yo no podía despegar la vista de aquella chica cada vez que entraba al salón.

Pero aquí, en la biblioteca, podía verla todo lo que quisiera, su amiga la rubia no estaba y era un alivio ya que nunca se despegaban. La pobre no podía encontrar un libro, estaba dando vueltas por la biblioteca, las tenía contadas y llevaba 5. Sin poder evitarlo, me levanté de mi asiento.

—Creo que necesitas ayuda —la había asustado. Maldita sea—. Lo siento, no pretendía asustarte.

Por fin me estaba viendo y maldición, ¡qué ojos!

—¿Tü crees? —ella rió—. No puedo encontrar este maldito libro.

Se tapó la boca por lo que acaba de decir, pero solamente pude reír. Levanté mi mano, dándole a entender que me diera el papel que tenía. Con pena, me lo dio.

—¿Matemáticas? —asintió—. Estoy en la misma clase, tengo yo el libro que tienen aquí.

—Oh —se acomodó su bolso mejor—. Entonces puedo venir en otro momento.

—¡No! —Maldición, lo había dicho más fuerte de lo que quería. Incómodo, me rasqué la nuca—. Yo ya he terminado con los apuntes. Ven.

Caminamos hasta la mesa, cerré el libro y se lo tendí.

—Muchas gracias —sonrió—. Soy Mareena Prescott.

—Justin Bieber.

Le devolví la sonrisa, sintiéndome feliz por estar hablándole por fin. Recogí mi mochila y guardé mi cuaderno, ya estaba listo para poder irme por fin a casa, tenía un hambre de muerte.

—Justin —su voz me llamó a mis espaldas—. De verdad gracias, te debo una.

—No fue ninguna molestia, Mareena.

Cuando estuve a punto de salir por la puerta me gritó:

—¡Dime Mare!

Dios santo, al parecer no entendía que en las bibliotecas no se gritaba ni tampoco se hablaba. Riendo, salí por la puerta escuchando como varios estudiantes le hicieron sonidos para que dejara de hablar. Pero a Mare no le importó.

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Volverte A Ver [j.b.]Where stories live. Discover now