Capítulo 17.

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Al día siguiente, me preparé para irme a la universidad. Me vestí con jeans negros rasgados en las rodillas, mis zapatos blancos y una sudadera gris. Por lo que veía desde mi ventana, hacia viento el día de hoy. Bajé las escaleras con mi bolso en mi hombro y entré en la cocina.

Había una nota pegada al refrigerador. Tenía la caligrafía de mi madre:

Lo siento.

Me abstuve de girar los ojos. Todavía no perdonaba a mi madre, me había hecho recordar el infierno que viví, obligándome a contárselo a Justin. Saqué jugo de naranja y del frutero agarré una pera. Miré el reloj, Cloe no tardaría en llegar por mí, así que me senté y mordí mi miserable desayuno.

Saqué mi teléfono cuando ya llevaba cierto rato esperando, verificando si no me había perdido algún mensaje de mi amiga avisando que llegaría tarde. A veces deseaba por fin tener el valor de ponerme tras un volante, pero era difícil, aún seguía teniendo sueños, algunos peores que otros.

Me enfurecí con Cloe al ver que faltaban 30 minutos para que las clases comenzaran. Si su excusa era porque se había levantado tarde, le sonsacaría la verdadera razón. Cloe nunca dejaba de ser puntual en la escuela, no era como yo. En la preparatoria siempre se molestaba conmigo en las mañanas porque yo llegaba a la hora que se me daba la gana.

Mi teléfono vibró y yo fruncí el ceño al ver el nombre de Justin.

¿Vas a salir de tu maldita casa o no?

Como un rayo me levanté del taburete y caminé hacia la puerta, moví la cortina y mis ojos se enfocaron detrás del vidrio de mi casa. Justin estaba parado fuera, apoyado en su auto esperándome. ¿Será idiota? Con esos jeans obscuros ajustados y su sudadera negra lo hacían ver incluso más alto y guapo. Corrí por mi bolsa a la cocina y volví hacia la puerta. Salí con cierta timidez de mi casa, yo no tenía ni idea de que Justin vendría por mí. ¿Lo sabría Cloe? Por supuesto que sí, me dije a mí misma.

–Llevo esperándote una eternidad –se quejó y como el poco caballero que era rodeó su auto y abrió su puerta. Yo me le quedé viendo con el ceño fruncido–. ¿Qué?

–Nada –me encogí de hombros–. Puedo abrir mi puerta sola, gracias.

Entramos los dos y me quedé en silencio.

–Pudiste decir que venías por mí –recalqué un poco molesta–. Por tu culpa, llegaremos tarde.

Justin negó con humor divertido.

–Yo nunca llego tarde.

Me arrepentí de haberlo dicho. Justin comenzó a manejar rápido, muy rápido. A veces creía que no se fijaba en sus espejos cuando cambiaba de carril, la universidad estaba un poco apartada de donde vivíamos, no podía llegar tarde a la clase de anatomía, tenía que entregar mi trabajo. Tragué hondo cuando entramos a la autopista, de verdad Justin tenía que bajar la velocidad, esto no me gustaba. Comencé a transpirar y mis nervios crecían cada vez que cambiaba de carril. Maldita sea, conducía como un loco.

–¡Justin! –exigí asustada–. Por favor, baja la velocidad.

Él me miró durante un segundo, distrayéndose y yo moví mis manos con frenesí, indicando que no tenía que despegar la vista del camino.

Volverte A Ver [j.b.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora