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Busco en la caja hasta que lo encuentro. La cajita de terciopelo con la cadenita y el anillo grabado que regalé en su último cumpleaños. Sonrío y lo miro de cerca. Leo el grabado de la parte de adentro escrito con perfecta caligrafía.

"Tú y yo por siempre "

Eso me recuerda que tengo guardado en mi caja fuerte, el anillo de compromiso que le compré y también el anillo desarmado de turquesa real. Supongo que le daré todo cuando por fin aprenda a quererme. Decido sacar esas ideas de mi cabeza y subo hacia la habitación con la cadenita entre mis dedos. La encuentro sentada en la cama, leyendo un libro de biología. Me acerco a ella.

— Ven aquí. — Le pido.

Ella se levanta y camina hasta quedar en frente de mí. La agarro de la cintura y la llevo hasta quedar frente al espejo. Por medio del reflejo, la miro fijo. Mierda, es tan hermosa y perfecta que me da miedo. Le apoyo una mano en la cintura y con la otra mano, le corro su suave cabello a un costado. Le pongo la cadenita con el dije. Por un segundo veo sorpresa en su mirada pero luego vuelve a estar sin expresión alguna. La abrazo por la cintura mientras el anillo cuelga de su hermoso cuello nuevamente.

— No te lo quites jamás. — Le pido con voz suave.

No puedo aguantarlo más. La beso en la mejilla, buscando de a poco sus labios. De repente ella voltea su rostro y me besa sin mover los labios, agarrándome por sorpresa. Mi corazón salta. Se voltea y rodea mi cuello con ambos brazos. Le sonrío de oreja a oreja, feliz. 

— ¿Me das mi teléfono? — Me pide con voz dulce.

Se me borra la sonrisa y la miro sin decir nada ¿Por eso tanta dulzura?

— Es que quiero hablar con mamá. Los extraño mucho. — Me explica de inmediato.

Mi cuerpo se relaja y vuelvo a sonreír. Supongo que no tiene nada de malo.

— Espérame aquí, ya vuelvo.

Voy por su celular donde tengo escondido en la habitación de huéspedes cuando justo suena mi teléfono. Es Martín. Atiendo.

— ¿Amigo?

— Necesito que vengas a mi casa ahora.

Su voz es tensa.

— ¿Que pasa? — Pregunto preocupado.

— Tenemos que entregar el pasaporte falso a esa mujer del centro de la ciudad y también ocuparnos de nuevo de Emanuel...

Cierro los ojos cansado mientras me paso una mano por la frente. Tenemos que dejar de trabajar de matones o de lo contrario terminaremos presos.

— Voy enseguida. — Le suelto antes de cortarle.

Voy a la habitación con el celular de Ivanna en mis manos. Se lo doy pero no lo suelto de inmediato. 

— No hagas que me arrepienta. — Le suelto, entornando los ojos.

Ella niega con la cabeza respectivas veces y luego centra toda su atención en su celular que está sin batería.

— Tengo que ir a trabajar. Los sábados generalmente no trabajo, pero surgió algo y tengo que ir a resolverlo. Trataré de regresar lo antes posible. — Le aviso.

Me mira y veo curiosidad en su mirada.

— Esta bien...yo sólo acomodaré mis cosas y mi ropa. — Me contesta.

— Acomoda y decora todo como tú quieras. Esta casa es tuya. — Le digo mientras me inclino a besarla en al frente.

Odio separarme de Ivanna. Bajamos la escalera de la mano y me acompaña hasta la puerta. La agarro de la cintura, ella rodea mi cuello y le doy un beso de despedida. Siento sus labios fríos pero me prometo esforzarme para que se conviertan en cálidos.

— No tardaré. Te voy a extrañar. — Le susurro.

Ella sólo me sonríe. Cierro la puerta a mis espaldas y cierro con llave, dejándola encerrada adentro de la casa. Espero que no intente escapar, pienso, mientras cierro el portón eléctrico.

Luego de un corto viaje llego a el departamento de Martín. Sale a recibirme y tiene cara de preocupación. Oh mierda.

— Vamos. Tenemos poco tiempo. — Me suelta.

— ¿A donde?

— A la casa de Eduardo.

Entramos a mi camioneta. Voy a matar a golpes a ese idiota de Emanuel. Pensé que con la visita que le hicimos, se iba a mantener alejado. Martín me explica que primero tenemos que dejar un pasaporte falso por la casa de una señora. Luego de terminar con este trabajo, dejaremos de hacer estas cosas. Me pone nervioso la posibilidad de que nos descubran y terminar presos. Bajamos en un edificio y veo que una señora petisa, rubia y gorda nos está esperando.

— ¿Es usted la señora Laney?

Asiente mientras nos mira con curiosidad.

— ¿Tienen mi pasaporte?

Martín lo saca de su bolso y se lo da. Mientras vigilo que nadie nos vea, veo de reojo que la señora me está observando. Entorno los ojos y la veo bajar la mirada... así está mejor.

— ¿Ustedes no están muy jóvenes como para trabajar falsificando documentos? — Pregunta de golpe mientras nos da la paga.

Martín me mira sin saber que contestar. Lo agarra por sorpresa pero a mí no. Me cruzo de brazos mientras la miro fijo.

— ¿Y usted no está muy grande como para meterse en lo que no le importa? — Pregunto mientras la fulmino con la mirada.

Traga saliva y mira para todos lados, incómoda.

— Además... recuerde... No sólo falsificamos documentos... también hacemos cosas mucho peores. 

— Ya basta Julián. — Me suelta mi mejor amigo.

Luego de ese desagradable encuentro, entramos a la camioneta y la mujer se va.

— ¿Que se supone que fue eso Julián?

— Creo que deberíamos dejar de trabajar de esto... — Le digo sin rodeos.

Se me queda mirando un segundo y me doy cuenta de inmediato que él no quiere dejar de trabajar de matón. A mi no me engaña, lo conozco como si fuera yo mismo.

— Si quieres dejar de hacerlo... Lo entiendo. — Me contesta con voz neutra.

Lo miro y no me esfuerzo por ocultar mi sorpresa.

— ¿Y tú? ¿Sabes lo que podría pasarnos si nos descubren? Tú irás a prisión y a mi me sepultaran en un manicomio por el resto de mi vida. — Le suelto, intentando que entre en razón.

— ¡Bueno... que puedo decir... creo que me acostumbre a el dinero extra!

Me levanta la voz y me quedo mudo, sin saber como mierda lidiar con esta situación.

Volver a verla. [2] (BILOGIA)Where stories live. Discover now