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— Tenemos dinero suficiente con nuestra sucursal... Ya no necesitamos trabajar de esto socio...

Intento que mi mejor amigo entre en razón.

— Es que me gustaría tener alguna entrada de dinero para las épocas difíciles.

Alzo las cejas, intentando creer que no es una broma.

— Ganamos bien con la sucursal. Sólo estas dando unas malditas excusas. Por mi parte... Hoy termino con este trabajo.

— Como quieras. — Me contesta.

Conduzco hasta la casa del Doctor Eduardo Espinola. Cuando estamos llegando, lo veo parado afuera de su casa y tiene cara de preocupación. Bajamos del auto y nos acercamos.

— ¿Que pasó?

— Emanuel intentó meter a Martina en la cajuela de su auto... pago lo que sea pero por favor ¡Ocupense de él! — Nos dice Eduardo con voz desesperada.

— Tranquilo, tranquilo... ¿Esto había pasado antes?

Niega con la cabeza.

— Había desaparecido por completo... pero luego hace un tiempo sus amigas comenzaron a contarle que lo habían visto rondando cerca de su escuela.

Cierro los ojos, furioso. Hijo de puta.

— Pensamos que tal vez sólo era idea de ellas pero ayer, casi de noche, se le apareció a la salida de su clase de yoga e intentó meterla por la fuerza a el auto... Si no fuera en contra de mis principios, les pediría que lo maten.

Trago saliva. No. No podemos hacer eso. Todo esto tiene que tener un límite y Martín está comenzando a ignorar eso.

— Por favor está vez asegúrense de que no vuelva a molestar a mi hija.

— Así será. — Le responde Martín con voz segura.

Cuando subimos a mi auto, estoy mudo. Comienzo a conducir. Siento que me pica la nuca y la preocupación comienza a aumentar. Si Martín me propone matarlo, no se que voy a hacer. Él nunca me delató con la policía incluso cuando llegó a el límite de sus nervios. Sería un maldito traidor si yo lo hago. Saco esa idea rápidamente de mi cabeza.

— Julián... — Mi mejor amigo me saca de mis pensamientos.

Lo miro fugazmente mientras conduzco. Por favor, que no diga locuras.

— ¿Que quieres hacer? — Le pregunto casi en un hilo de voz.

— Le voy a cortar la mano. — Me suelta de golpe.

Freno de golpe y casi chocamos.

— ¡Mierda!

Intento estacionar y luego centro mi atención en él. 

— ¿Estás seguro? — Pregunto aún más nervioso que antes.

Asiente con seguridad. Me quedo callado un momento y veo que no tengo otra alternativa. Él me ayudó cuando más lo necesitaba, jugándose el pellejo junto conmigo... entonces yo tengo que hacer lo mismo por él.

— Creo que la mano es muy arriesgado... podría desangrarse.

Se queda callado unos momentos.

— ¿Y los dedos? ¿Que piensas?

No dudo en contestar.

— Muy bien. Vamos a hacerlo.

Vuelvo a conducir y luego de un corto viaje, llegamos a la casa de Emanuel. Por suerte, en mi camioneta estaban las máscaras y Martín trajo sus navajas. No tenemos que esperar casi nada. Emanuel sale de su casa, precipitado mientras discute con alguien por teléfono. Bajo del auto, aprovechando que nos está dando la espalda, con mi máscara puesta.

Martín tiene encendida la camioneta por si intenta escapar y también se fija que nadie esté mirando. Lo agarro por atrás mientras le afirmo la navaja en las costillas.

— Corta ese puto teléfono y quedate quieto. — Le suelto.

— Quien quiera que seas, ya pagué todo lo que debía... — Me contesta con un hilo de voz.

Martín, ya con la máscara puesta, se le aparece en frente y él ahoga un grito.

— Me parece que lo único que nos debes a nosotros es respeto, pendejo.

Martín habla con un tono de voz que me cuesta reconocer. Me quedo apretando la navaja contra sus costillas hasta que mi mejor amigo me diga que hacer.

— ¿Ustedes?... Yo... — Comienza a balbucear Emanuel.

— Caminemos hasta tu casa. — Lo interrumpe.

— Estaba borrach...

— ¡Cállate!

A los empujones caminamos hasta la puerta del departamento. Comienzo a palpar la ropa de Emanuel hasta que encuentro las llaves. Los tres entramos y nos encontramos con un departamento destrozado. Ropa, latas de cerveza y basura por todos lados. Ignoramos el desastre y tiro a Emanuel sobre una cama que está en medio del living.

— Te dijimos que no queríamos verte cerca de Martina de nuevo y te importó una mierda nuestras advertencias. — Le suelto mientras mi navaja cuelga de mi mano.

— Te advertimos que la próxima sería mucho peor... Porque veo que ya te recuperaste de todos los moratones que te dejamos... veremos si podrás borrar esto. — Le dice Martín mientras aprieta los dientes.

Emanuel se levanta de la cama, dispuesto a decirle algo pero yo reacciono antes y le pego una trompada en el estómago. Cae desplomado en la cama en una especie de posición fetal. Le salto encima mientras él lanza un grito ahogado. Me siento encima de él hasta que queda inmovilizado.

— Dame la mano. — Le ordena Martín.

— ¡¿Mi mano para que?! — Grita Emanuel.

Con fuerza, libero su brazo derecho y se lo dejo extendido a disposición  de Martín. Este saca su navaja e intenta agarrar los dedos índice y medio de Emanuel. Él se da cuenta de lo que querémos hacerle.

— ¡No, por favor no! ¡No la molestaré nunca más!

— No damos segundas oportunidades, pendejo.

Le tapo la boca para que nadie pueda escucharlo gritar y Martín comienza a cortar sus dedos. Un grito desgarrador se esconde detrás de mi mano. Emanuel hace fuerza y levanta la mano, salpicando sangre, en toda la máscara de Martín.

Vuelvo a derribarlo como puedo y mi mejor amigo continúa con su tortura. Puedo ver, desde donde estoy como la sangre brota desde el desprendimiento del dedo y como sube y baja rápidamente el pecho de Martín mientras corta.

Cuando termina, los dedos caen en el colchón mientras que la sábanas se manchan de sangre. Nos paramos de la cama y Emanuel se envuelve como puede la mano, ya sin sus dedos, con una sábana.

— ¡La próxima vez te cortaré toda la mano!

— ¡No! ¡Lo juro, por el amor de Dios! ¡Me mudaré! ¡Me largare lejos de ella! — Nos grita en un sollozo.

— Creo que es suficiente. — Le suelto a Martín.

Asiente.

— Ya lo sabes Emanuel. Alejate de la familia Espinola si no quieres perder toda la mano.

Emanuel asiente mientras solloza con su mano envuelta en una sábana que cada vez se mancha más de sangre. Martín sale del departamento, dejando la puerta abierta. Yo me dirijo a Emanuel.

— Pon la mano en hielo hasta que llegue la ambulancia.

Levanta la cabeza y veo que se está poniendo pálido.

— Sólo larguense de mi casa. No volverán a saber de mí. Lo juro...

Y esta vez... sé que lo dice en serio.

Volver a verla. [2] (BILOGIA)Where stories live. Discover now